Por Alfredo García
El pasado martes el presidente, Donald Trump, exhibió eufórico en la Casa Blanca su único “éxito” en política exterior: “Acuerdos de Abraham”, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas de Emirato Árabes Unidos, EAU y Bahrein con Israel. Desde Noruega el legislador antiinmigración, Christian Tybring-Gjedde, propuso a Trump para el Premio Nobel de la Paz, por su “contribución” al acuerdo israelí-árabe.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el ministro de Relaciones Exteriores de los EAU, el jeque Abdullah bin Zayed al-Nahyan, y el ministro de Relaciones Exteriores de Bahrein, Abdullatif Al Zayani, fueron los firmantes del convenio que convierte a EUA y Bahrein en tercer y cuarto país árabe respectivamente, en restablecer relaciones diplomáticas con Israel después de Egipto en 1979 y Jordania en 1994. Trascendió que Trump tiene en la fila para seguir el restablecimiento de relaciones con Israel, a Arabia Saudita, Kuwait, Omán, Qatar, Marruecos y Sudán.
El acuerdo firmado en Washington, es la recompensa de Trump por el sabotaje de Israel y las monarquías del golfo en coordinación con la ultraderecha republicana liderada por el Tea Party, contra la política en el Medio Oriente del entonces presidente, Barack Obama, durante sus dos mandatos; y como tabla de salvación del ahogado electoral.
En mayo de 2017, pocos días después de anunciar el retiro del Acuerdo Nuclear con Irán, Trump realizó su primer viaje al extranjero con destino a Arabia Saudita, donde se reunió con líderes de 54 naciones de mayoría árabe y musulmana, haciendo un llamado a unirse en una estrategia común contra Irán y sentando las bases de lo que sería el “Acuerdo del Siglo”, supuesta solución al conflicto israelí-palestino según su visión de “pax americana”. “Mi mensaje de ese día fue muy simple: insté a las naciones del Medio Oriente a dejar de lado sus diferencias, unirse contra el enemigo común de la civilización y trabajar juntos hacia los nobles objetivos de seguridad y prosperidad”, dijo Trump antes de la firma de los acuerdos.
Un año después, Trump sorprendió al mundo al anunciar el traslado de la embajada de EEUU a Jerusalén, con el sector palestino ocupado militarmente por Israel, demarcando su alineación colonialista con el primer ministro, Benjamin Netanyahu, complicidad que se ha mantenido hasta la fecha y que cuenta con el repudio de la Autoridad Palestina y la mayoría de la comunidad internacional.
El restablecimiento de las relaciones diplomáticas de EUA y Bahrein, ignorando el derecho de los palestinos no es una contribución a la paz, por el contrario, aleja la solución de los dos Estados profundizando el conflicto israelí-palestino. Trump no es un hombre de paz. Si lo fuera, habría firmado el acuerdo de paz con Corea del Norte pendiente desde 1953 y continuado la normalización de relaciones con Cuba, iniciada por el presidente, Barack Obama, en 2014.