Por Alejandro Páez Varela
La semana pasada, en un evento inédito, el Presidente de México hizo una especie de quién es quién de un puñado de impresos. Los calificó de acuerdo a lo que sus columnistas y editorialistas escribieron un día en particular. El análisis consistió en ordenarlos en tres grupos: los que escriben a su favor, los que escriben en su contra y los neutrales, es decir, aquellos que no hablan de su administración. Y con base a ellos, a los columnistas y editorialistas, emitió un juicio sobre los medios.
Cada día entramos a una nueva etapa en la relación del Gobierno Federal con la prensa. Cada día –eso es lo que observo– la confrontación llega a un nuevo nivel. Por eso, lo de la semana pasada debe revisarse con extremo cuidado. El análisis difundido por Andrés Manuel López Obrador, como cualquier análisis, tiene distintos sesgos. Pero no importan los sesgos en este caso, sino qué sugieren; qué se dice desde el Poder Ejecutivo federal a la prensa.
Lo primero que dice López Obrador es que no hay equilibrio entre los que hablan bien de él (que son los menos) y los que hablan mal (que son los más, abrumadoramente). Lo segundo es que esa abrumadora crítica no tiene que ver con su gestión: es por la deshonestidad de los que lo critican. En un tercer punto viene una sugerencia no expresada: que los medios busquen otros columnistas y editorialistas que sustituyan a los que están, en aras de un aparente equilibrio porque eso, agrega, sería lo mejor.
Lo anterior, traducido en hechos, implicaría que un medio cualquiera (o los citados) hagan una criba y despidan a los que escriben contra el Presidente y su proyecto, y contraten a otros que escriban a favor. Eso, o al menos así entendí, tendría la aprobación presidencial. Y en este país, la aprobación presidencial se traduce en dinero de publicidad oficial, un hecho que no hay que separar.
Existe otra interpretación (existen varias; agrego otra interpretación) para la gente común: que el gobierno marcha bien pero que hay una voluntad casi unánime de contradecir los logros del Presidente, destruir lo que ha hecho. En esta interpretación, lo que López Obrador está haciendo simplemente es denunciar que los articulistas y columnistas que lo critican son mayoría y son deshonestos; y que así de deshonestos, como ellos, son los medios en donde publican. Y ya. No pide que nada cambie. Es una denuncia y ya; es un mensaje a sus seguidores de que sí está haciendo todo bien y que cualquier crítica sea leída como un ataque deshonesto de gente deshonesta que extraña el dinero (así lo dice) que se le daba al pasado. No hay críticas bien intencionadas, pues. Toda crítica es deshonesta.
Digamos que se viven nuevos tiempos y que esa medición no tenía como objetivo invitar a los medios a que realicen una “limpia” de críticos de López Obrador y a que contraten otros afi nes al Gobierno, para alcanzar un equilibrio. Digamos que el ejercicio fue honesto y transparente: una simple exhibición de qué está pasando con la prensa (o una parte de la prensa) en México, de acuerdo con el poder. Y como la crítica es mal vista y debe ser exhibida por deshonesta, entonces no es (simplemente) opción criticar la manera en la que él, el Presidente de México, evalúa y critica a los medios.
Digamos que si en los siguientes párrafos me planteaba decirle al Presidente que medir a los columnistas y articulistas no es una manera de medir a los medios; que éstos son apenas una parte de aquéllos, estoy mal y soy deshonesto. Digamos que si entendí bien su lógica, entre más afines son los medios –y quienes escriben en ellos– a su Gobierno, más honestos son, ya que, dicho por él, las críticas vienen de quienes estaban acostumbrados a recibir dinero. Y decir otra cosa es, como digo, deshonesto.
El resumen es la serpiente que se muerde la cola. Si digo que está mal que se diga que todas las críticas son deshonestas, estoy mal y soy deshonesto porque toda crítica es deshonesta. Esa es la lógica. No critiques ni te defiendas de la crítica que viene desde el poder, pues, porque si criticas eres deshonesto. Eso, viniendo del poder, ¿no es una forma de censura? ¿No es, al menos, una manera engañosa de invitar a la autocensura porque todo lo que se diga de un Gobierno está mal y es deshonesto (y por lo tanto será públicamente exhibido) y lo que se diga que está bien es lo único honesto y, por lo¿ tanto, lo único aceptable por este Gobierno y por su cartera de publicidad oficial? Insisto: ¿no es eso censura, viniendo de la cúspide del poder?
No voy a defender a la prensa mexicana –y ni hay cómo–, pero sí voy a defender mi ofi cio. Fue el oficio de mi padre y fue el de mis tíos, varios. Y lo llevaron-llevamos con dignidad. Es el oficio que escogí y para concluir: es el que ejerzo desde los 14 años, cuando era el ayudante (“huesos”) de una Redacción (con mayúscula) en Ciudad Juárez. No voy a defender a la prensa porque, en México, y sobran los ejemplos, en su mayoría es corrupta. Le seduce el poder y el dinero y eso la distanció de la gente. Abandonó a la gente, mucha prensa, por el poder y el dinero.
Diré que el intento de regulación que viene desde el poder es igual de perverso que la perversión que de por sí arrastra la prensa mexicana. Primero, porque se debe predicar con el ejemplo y este Gobierno, como todos los anteriores, ha decidido utilizar los recursos de la publicidad oficial como un aliciente y como un garrote, y lo sabe y no puede refutarlo porque allí están dos años de ejercicio. Segundo, porque la adulación no es periodismo; el periodismo es contrapeso del poder, y debe buscar el equilibrio porque si se excede, cae en manos de intereses ajenos a su labor; y si se limita, cae en manos del poder que ahora intenta regularlo.
El aforismo una rosa es una rosa es una rosa cobra relevancia. La prensa no se va a regular con la prensa; no existe una mano que mueva esa cuna. Pero si el poder mete la mano en la prensa, lamento decirle a López Obrador, terminará por corromperla. Eso está sucediendo. No sé si sus intenciones son buenas o malas: lo está haciendo. El tema es que la prensa estará aquí dentro de cuatro años y el resto de los mexicanos también, mientras que él estará haciendo maletas para irse a un rancho cuyo nombre ha causado risa en el pasado y que puede ser, en el presente, la profecía de lo que se queda.