La nota colombiana
Estados Unidos ya no tiene que salir de sus fronteras para intentar golpes de estado: lo que vimos en el asalto al capitolio por un grupo de exaltados supremacistas instigados por el presidente Trump cubre de vergüenza al país que se arroga el derecho de dar lecciones de democracia.
Hollywood nos había mostrado cómo sus “rambos” del ejército habían repelido ataques terroristas –árabes, o comunistas, por supuesto- contra el Capitolio y ahora vimos en vivo y en directo cuán fácilmente las hordas trumpistas derribaron sin mayor resistencia las barreras de contención, escalaron fácilmente sus muros –¿entenderá Trump con eso que su muro en la frontera era inútil?- e irrumpieron en el Congreso. Trump y su familia calificaron a los invasores como héroes y patriotas, aunque luego a regañadientes haya tenido que descalificarlos tibiamente y retirarles la invitación por la cual estaban ahí. Muy distinta la reacción de la fuerza pública en esta ocasión de la que tan violentamente desplegaron contra los manifestantes del Black lives matter.
Y todo porque su presidente se niega a abandonar el poder. Nos habían dicho que el dictador aferrado a la silla presidencial era Maduro y por eso los adalides de la democracia lo han tratado como a un apestado al que hay que acorralar. Supongo que el presidente de Colombia aplicará de inmediato a Trump las mismas medidas que al venezolano: cerco diplomático, concierto de cantantes biempensantes en la frontera Estados Unidos-México y proclamación del líder del senado como presidente legítimo. Porque lo del bloqueo económico nos queda grande.
En Colombia ya conocíamos eso de asaltar el Congreso introduciendo bandidos con apoyo presidencial: en el año 2004 los tres jefes paramilitares más poderosos fueron recibidos allí como héroes por los parlamentarios del Centro Democrático. Se había iniciado su proceso de desmovilización y durante el supuesto cese del fuego se había denunciado que continuaban en el narcotráfico, la Comisión Colombiana de Juristas denunció que habían cometido 2.500 asesinatos y desapariciones forzadas y Marta Ruiz, hoy miembro de la Comisión de la Verdad, en una columna en la revista Semana en 2013 aseguró que habían masacrado dos familias y degollado niños. Y quienes los aplaudieron son los que ahora dicen que los desmovilizados de las Farc no pueden estar en el Congreso porque han cometido crímenes atroces.
El entonces presidente Uribe dijo refiriéndose a esa visita: "Desde que haya buena fe para avanzar en un proceso, no tengo objeción a que se les den estas pruebitas de democracia. Creo que se sienten más cómodos hablando en el Congreso que en la acción violenta en la selva”.
No es la única invasión al Congreso impulsada por la presidencia de la República: cuando la Corte suprema adelantaba los procesos por parapolítica que ya había puesto en la cárcel a varios parlamentarios de su corriente, el presidente en ejercicio –Álvaro Uribe- les pidió a los de su bancada que aprobaran rápido sus proyectos de ley antes de que los pusieran presos.
Por eso ahora aplauden la “pruebita de democracia” de los gorilas trumpistas.
El gobierno colombiano, su partido, el Centro Democrático y su líder el ex presidente Álvaro Uribe –a quien Duque llama presidente eterno- no han ocultado sus simpatías por Trump y el partido Republicano. Los más conspicuos uribistas se involucraron en la campaña de miedo al socialismo en la Florida para impulsar el voto latino en las pasadas elecciones, contra la tradición diplomática de mantener relaciones igualitarias con ambos partidos, tal vez esperando que una vez triunfara Trump, a quien daban como seguro ganador, mostrara su apoyo a Uribe, en esos momentos en prisión domiciliaria en su latifundio.
En su trumpismo suicida dividieron la posición de América latina en la elección del presidente del BID apoyando a Claver Caroni, rompiendo la tradición de nombrar en ese cargo al propuesto por la región.
Trump, que ha dispensado un trato displicente a Duque a quien ha regañado como a un niño díscolo que no hace la tarea en la lucha contra las drogas, también le ha mandado como consuelo algunos cariñitos: se ha ido en contra del proceso de paz, compró su acusación de castrochavismo que aplica a los demócratas y se atrevió a involucrarse en el poder judicial colombiano al defender a Uribe, entonces presidiario, sin señalar razones; sólo porque considera que puede hacerlo.
Muchas voces desde los generadores de opinión y la academia señalaron ese error: El ex presidente Santos dijo que estaban “jugando con fuego” y la canciller fue citada a un debate de control político en el Congreso por poner en peligro la continuidad de las relaciones con Estados Unidos. Por su parte Gabriel Silva, ex embajador en Estados Unidos y ex ministro de Defensa, anotó: “la estrategia del Gobierno de romper la tradicional neutralidad política de Colombia, alineándose con los republicanos durante la campaña, significará inmensos costos para el país… Washington no perdona”,
Por lo que se sabe, el gobierno de Biden hará énfasis en la defensa de los Derechos Humanos y el medio ambiente; exigirá como contraprestación a cualquier ayuda la protección de líderes sociales, el respeto al acuerdo de paz, el cese del asesinato de los desmovilizados, un compromiso decidido en lo medioambiental y muy seguramente pedirá cuentas sobre las masacres cada día más frecuentes –que Duque ha desestimado como homicidios colectivos- y la represión violenta de la protesta social.
Ya los veremos diciendo que siempre han sido demócratas y apostatando de Trump.
Por Zheger Hay Harb