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Opinión

El búfalo de Washington y el liderazgo incendiario

La imagen de este personaje vestido con cuernos al estilo viejo oeste, que dio la vuelta al mundo, representa la imagen populista del liderazgo incendiario, producto de la era de las redes sociales.

Jake Angeli, conocido también como Q-Shaman, aunque su nombre real es Anthony Chansley, es el Búfalo de Washington, quien portaba un gorro típico de los guerreros sioux, con cuernos.

Chansley es seguidor del movimiento Q-Anon. Este grupo subversivo cree en la existencia de una conspiración en la que participan no sólo políticos, sino también los medios de comunicación masiva, quienes pretenden destruir los valores más reaccionarios de la idiosincrasia supremacista norteamericana. El liderazgo incendiario, producto de esta época global es una bomba destructiva de altísimo impacto que en unas horas puede destruir un país… incluso rebasando a quienes desde una posición gubernamental de poder tradicional creen dominar al tigre.

En el anterior modelo social y político… en el que creen que aún viven quienes hoy nos gobiernan —que es el de hace 50 años—, la palabra presidencial impactaba y guiaba la vida de cualquier país. Sin embargo, no entienden que hoy las redes sociales no son gobernables ni siquiera para el titular del poder ejecutivo de la nación más poderosa del mundo, como lo demostraron Twitter y Facebook al cancelar las cuentas del presidente Trump y enfrentarse a su ira impunemente.

El liderazgo incendiario tiene un efecto destructivo que no tiene control, ni siquiera para quien lo detona desde las más altas esferas del poder. Eso debe quedar claro para quienes coquetean con la manipulación de las emociones de las grandes masas sociales. La soberbia que da el poder hace suponer a quienes gobiernan que pueden controlar las emociones colectivas, sin imaginar que hoy los sentimientos desbordados pueden perder conectividad con quien se encuentra a larga distancia pretendiendo dirigirlos, pues ese poder se transfiere a quienes están cerca, en el terreno de juego, dirigiendo la movilización. Estos, cuando la energía psicosocial que une al grupo está en su clímax, adquieren autonomía y se desligan de las instrucciones del titiritero.

Los fenómenos psicosociales colectivos son incontrolables y pueden ser destructivos. Los linchamientos de presuntos delincuentes han puesto en evidencia la versión mexicana de este fenómeno. Cuando ha sucedido esto, ni la misma policía se atreve a intervenir, puesto que también podrían ser linchados. Todo inicia a partir del liderazgo incendiario de alguien local, con capacidad de azuzar a la colectividad. A partir de la conexión emocional, no existen argumentos ni razonamientos que permitan frenar a la turba que con saña y sadismo se focaliza en un supuesto enemigo colectivo, generalmente un presunto delincuente, a quien sin pruebas y sólo la acusación de alguien, es agredido quizá hasta consumar su muerte.

Gobernar azuzando las emociones colectivas pone en grave riesgo al “estado de derecho” y eso es la principal responsabilidad de quien gobierna. Vienen tiempos electorales, donde se avivan las grandes pasiones y las manipulan los interesados en valerse de ellas para obtener el poder.

La mesura y la cautela deben prevalecer, pues hoy que los ánimos están caldeados en el país, con enojo colectivo por el impacto del COVID en la salud de las familias, así como por la crisis económica que golpea en lo más sensible al ciudadano y además el crecimiento de la delincuencia y la violencia. El mensaje irresponsable que aviva el descontento con argumentos ideológicos trasnochados y fi nes electorales, se convertirá en un boomerang para quienes desde la comodidad de un micrófono pretenden reavivar rencores colectivos. Las consecuencias están a la vista, con solo mirar hacia la Casa Blanca. Y a usted… ¿Qué le parece?

Por: Ricardo Homs

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