Cuba necesita avanzar en la normalización de sus relaciones bilaterales con Estados Unidos, área en la cual las administraciones de Barack Obama y Raúl Castro registraron importantes avances. Tan eficaz fue aquel proceso que ni siquiera la agresividad del intratable Donald Trump pudo revertirlo.
De hecho, las relaciones diplomáticas y decenas de acuerdos bilaterales de mutuo beneficio en asuntos sensibles, siguen vigentes. La declaración del entonces candidato y ahora presidente Joe Biden (02/05/2020) acerca de que “Retomaría las políticas de Obama respecto a Cuba”, fue un pronunciamiento que no debe pasar inadvertido, como tampoco deberían obviarse gestos protocolares usuales entre países con relaciones diplomáticas y entre los cuales el ambiente de hostilidad comienza a ceder.
En el tramo del diferendo bilateral comenzado en 1959, la superpotencia no dejó a Cuba otra opción que la de resistir, cosa que, en la medida de lo posible, Fidel Castro trató de combinar con esfuerzos para, en medio de tensiones tremendas, abrir canales de negociación. Un botón de muestra de su pragmatismo fue la toma y daca con el presidente John F. Kennedy. Aunque asumió el enfoque de Eisenhower y Dulles de liquidar a la Revolución Cubana por la fuerza y se embarcó en la aventura de bahía de Cochinos donde cosechó su primer fracaso en política exterior, casi dos años después, durante la Crisis de los Misiles (1962), en el plano militar Kennedy no asumió una actitud revanchista frente a la Isla, incluso trabajó para contener a los halcones que proponían arrasar el país mediante bombardeos masivos, incluyendo la invasión.
Aunque debido a la continuidad de la política agresiva él, establecimiento del bloqueo, el Plan Mangosta y otras modalidades de agresión que nunca cesaron, Fidel permaneció abierto a cualquier posibilidad de mejorar las relaciones, cosa evidenciada en el hecho de que, en 1963 recibió al periodista francés Jean Daniel (†) quien viajó a Cuba como enviado de Kennedy. El 22 de noviembre estando reunidos Fidel y Daniel se enteraron juntos del asesinato del joven presidente.
Queda todavía el precedente de la rápida y eficaz negociación para la radicación de secciones de intereses de Estados Unidos y Cuba en Washington y La Habana, sugerencia de la administración de James Carter, que Fidel acogió sin vacilar. Con esos legados, cuando apareció la oportunidad, el entonces presidente Raúl Castro instaló la negociación como opción.
Obviamente un país que recuerde con beneplácito el momento en que un presidente estadounidense reconoció la legitimidad y trató con respeto a las autoridades cubanas, negoció con ellas en pie de igualdad, fue a La Habana con su familia y llamó a pasar la página de la confrontación y avanzar para dejar de ser adversarios y convertirse en vecinos, envía un mensaje constructivo.
Un curso de avenencia que puede sustituir al de confrontación y debe ser alentado, es más integral cuando, en uso de su soberanía Cuba promueve el perfeccionamiento de sus instituciones y la democratización de la sociedad, fomenta una economía dinámica y abierta, tanto a la inversión extranjera y a los emprendedores nacionales con lo cual tributa a la cohesión social a partir de metas compartidas y ofrece atractivos para nuevos comienzos.
Moderar la retórica y avanzar desde el punto al que se había llegado en la normalización de las relaciones con Estados Unidos, es un cometido necesario y posible que honra a quien lo transita como hizo en presidente Raúl Castro, felizmente activo. Con un atinado desempeño en el manejo de la pandemia y dispuesto a poner en marcha importantes acuerdos para el perfeccionamiento de la economía nacional, el presidente Diaz-Canel está en condiciones de trabajar para empujar los límites alcanzados por Barack Obama y Raúl Castro. Nadie dice que será fácil. Allá nos vemos.
Por Jorge Gómez Barata