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Opinión

Nuestra deuda con el personal de salud

Foto: Por Esto!
Foto: Por Esto! / Por Esto!

La sociedad mexicana ha terminado el año 2020 exhausta y cansada por la pandemia de coronavirus detectada desde fines de febrero en nuestro país, pero nadie ha padecido y enfrentado esta difícil situación como el personal médico del sistema nacional de salud. Los médicos y enfermeras literalmente han estado en la primera línea de la batalla contra esta enfermedad que ha contagiado a 1.4 millones de mexicanos y quitado la vida a 126 mil personas.

Desde las trincheras que son las zonas de triaje, hasta las camas donde se atienden intubados o personas que necesitan oxígeno, pasando por los laboratorios y vestidores, cientos de miles de médicos, enfermeras, personal administrativo del sistema de salud del país han arriesgado literalmente sus vidas para tratar de poner a salvo la vida de decenas de miles de mexicanos que han tenido que ser hospitalizados debido al agravamiento de condiciones por COVID-19.

Las estadísticas del personal médico difieren según las fuentes. Existen entre 277 mil a 305 médicos y entre 370 mil y 475 mil personal de enfermería en el país. En total, casi 800 mil profesionistas que integran el personal de salud que ha estado en la primera línea en esta emergencia sanitaria nacional provocada por la pandemia.

De ese total, 182 mil 246 personal de salud ha sido contagiado por COVID-19 y de ellos 2 mil 397 han fallecido, según datos de la Secretaría de Salud federal con corte al 28 de diciembre del año pasado.

Dadas sus responsabilidades profesionales y compromisos personales con su vocación, desde que fueron incrementándose los contagios, decenas de miles de médicos y enfermeras y personal de intendencia y administración fueron obligados a encarar cargas de trabajo cada vez más intensas tanto física como mentalmente. En la historia moderna del país, probablemente ninguna otra profesión había sido obligada a asumir una carga sobre sus espaldas como la del personal médico.

Desafortunadamente ni el Gobierno, ni la clase política profesional, ni la sociedad mexicana hemos agradecido y correspondido lo suficiente al personal médico que ha sacrificado su vida personal y familiar por la convicción de seguir con sus tareas en hospitales atendiendo a los caídos en esta pandemia.

Uno de los episodios más vergonzosos y deplorables a lo largo de la pandemia fueron los ataques indecentes que se hicieron contra enfermeras o médicos en las primeras semanas de la cuarentena. Decenas de enfermeras y médicos fueron agredidos y atacados hasta con cloro por la ignorancia de quienes vieron en cada persona vestida con bata blanca un potencial diseminador de los contagios.

Pero tan vergonzoso como estos ataques son las carencias de materiales, herramientas e instalaciones, que no han resuelto los gobiernos de todos los niveles y que complican el desempeño de la atención a los enfermos por parte del personal médico.

Y recientemente la mayor agresión que padece el personal médico, es ver que miles de mexicanos no cumplen las mínimas medidas sanitarias, como portar el cubrebocas, y especialmente las escenas de fiestas o reuniones sociales de alto riego en medio del pico más alto de contagios que existe en el país.

A estas alturas de la pandemia ya se conoce la condición al límite en la que trabajan enfermeras, doctores y el resto del personal médico. Exhaustos, agotados y bajo una enorme presión física y mental para enfrentar el día a día de la atención a los miles de pacientes que cada vez saturan más los hospitales.

Los testimonios de enfermeras y médicos de quienes atienden directamente a pacientes con COVID-19 deben ser reconocidos. Su rutina de vestir los pesados y acalorados trajes médicos durante varias horas, sin poder comer, beber siquiera agua o poder ir al baño son dignas de admiración.

Pero también han contado que tal vez lo más difícil no es aguantar hambre o sed, sino enfrentar el dolor de los pacientes terminales que están solos sin la posibilidad del contacto físico con nadie de la familia. He escuchado testimonios de enfermeros y enfermeras de hospitales del IMSS en Jalisco que admiten que lo más difícil es ver cómo van aumentando los fallecimientos de los pacientes que atendían. Hay un dolor y una carga emocional que irremediablemente se va acumulando en esas enfermeras y médicos y que de algún modo deberá sanarse en los próximos meses o años. Así que tenemos una deuda enorme con el personal médico. No se merecen los antros abarrotados, ni las reuniones familiares descuidadas.

Pero menos se merecen las carencias de material y salariales que tienen. La COVID-19 no será la última pandemia que enfrentará el mundo y el país. Como sociedad debemos exigir sistemas de salud públicos que sean capaces de garantizar la atención y la salud universal de toda la población. Un sistema público de salud con recursos, materiales y instalaciones suficientes y dignas podrían ser el mejor reconocimiento al personal médico que ahora arriesga la vida en la primera línea frente a la pandemia.

 

Por: Rubén Martín

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