La idea de que la política de género y el pacto patriarcal son conceptos “importados” que se quieren imponer desde algún lugar del universo complotista y alinean en el equipo de Masiosare (el extraño enemigo) es común a muchos grupos conservadores. Su exponente principal ha sido el obispo emérito de Guadalajara, el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, quien desde 1995, tras la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer que convocó la ONU en Beijing (donde las naciones se comprometen a impulsar los derechos de las mujeres y adopta el concepto de género e igualdad de género) ha insistido que se trata de un complot universal, de ideas “de fuera” que nada tiene que ver con la realidad de México.
Con la declaración de que el “pacto patriarcal” es una idea importada el Presidente hizo, parafraseando a Monsiváis, una declaración patrimonial de su nivel de conservadurismo. Si ya advertíamos una matriz conservadora en el pensamiento de López Obrador, esta declaración lo pone al lado de los grandes moralistas de este país. Que el Presidente no entienda los movimientos feministas, que le sea ajeno el discurso de género, que no sea capaz de distinguir por qué hay que hablar en específico de las mujeres y no de los seres humanos en general, no debería de asombrarnos; lo sabemos desde el año pasado cuando en torno a las marchas y manifestaciones del 8 de marzo ligó una serie de torpes declaraciones sobre el tema. Pero, que se sume al coro que canta de que estas son ideas que vienen de fuera, y por tanto deben ser descalificadas, es una preocupante novedad que hermana a los conservadores de izquierda y derecha.
Todas las ideas crecen dentro de un marco ideológico y la forma de pensar de cada uno de nosotros no está exenta de ello. Pero una cosa es que seamos conscientes de en qué contexto dialogan las ideas y otra muy distinta es pensar que existen ideas “importadas”, que nos son ajenas como país o como cultura y, peor aún, que por ello no merecen ser escuchadas. Lo que sigue en esta lógica es la búsqueda de “la autosuficiencia conceptual” que no es otra cosa que el intento de toda voluntad autoritaria por imponer una visión del mundo única y anclada en el nacionalismo. Resulta más que curioso que los únicos pactos que tienen derecho a llamarse mexicanos, según el Presidente, son los que él define como tales: el pacto por México del sexenio de Peña Nieto y el pacto de silencio en torno a la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa (donde, por cierto, participa el Ejército, su gran aliado).
El pacto patriarcal comienza por negar que existe una discriminación histórica de las mujeres que está en el cimiento mismo de la cultura y particularmente de la cultura política. El pacto patriarcal va más allá de las fronteras, ni se exporta ni se importa, simplemente está en las decisiones que reproducen el machismo en general y los micromachismos cotidianos. El pacto patriarcal es no reconocer que hay una demanda de justicia de las mujeres, y que ésta es más fuerte y trascendente que el Gobierno y la voluntad de un Presidente, por legítimo o popular que sea. El pacto patriarcal es pedirle a tu esposa que te explique por qué las mujeres se enojan de que tu partido presente un candidato acusado de violación y no entender la respuesta.
Por Diego Petersen Farah