El próximo 4 de abril inicia la campaña de la inédita y trascendente elección electoral intermedia el 6 de junio próximo. En estas elecciones se elegirán simultáneamente los puestos a cargos federales y locales en toda la República, en la que participarán 10 partidos políticos con registro electoral, la mayoría de los cuales se han asociado—pese a sus diferencias—para hacer un contrapeso político no solo a Morena, sino, ante todo, a la Cuarta Transformación en el ámbito legislativo y entidades federativas.
En este contexto político-electoral, es necesario discernir el origen y alcances del “nuevo” sistema de partidos, inmersos en insólitas mutaciones políticas de unos y otros, no por empatía ideológica y programática, sino por su ambición de poder interno y/o externo, tanto en las 15 entidades federativas, pero sobre todo, en lograr la mayoría de la legislatura del Congreso de la Unión, que es punto clave ya sea para consolidar –en lo que se refiere a Morena y sus partidos afines–, las políticas del bienestar social, de austeridad presupuestal, de combate a la corrupción y la impunidad, y la reestructuración del Estado.
La Coalición “Va por México”, integrada por el PRI-PAN-PRD, aspira a ganar en conjunto 219 distritos de los 300 que hay para la elección uninominal de candidatos a diputados federales, con el fin de bloquear legislativamente a la cuarta transformación en proceso y, con ello recuperar el sistema neoliberal que tanto añoran.
Empecemos por describir la historia de los modelos partidistas no competitivos y los competitivos, a lo largo de los procesos electorales del siglo XX. Desde 1929 a 1977 se mantuvo vigente el partido de Estado, primero con la configuración del Partido Nacional Revolucionario; luego con el Partido de la Revolución Mexicana y finalmente con el Partido Revolucionario Institucional.
El PRI, dejó “formalmente” de ser un partido de Estado y se asumió como un “partido hegemónico”, que abarcaba casi todo: “instituciones y fuerzas políticas, grupos empresariales, organizaciones de clase media y organizaciones campesinas, pasando por corrientes diversas y hasta encontradas provenientes, del cardenismo, del nacionalismo revolucionario o segmentos proclives a una modernización capitalista y de Mercado” (La mecánica del cambio político de México. Pag 20.)
Electoralmente, para “taparle el ojo al macho”, el PRI, aprobó el registro y legalización de varios partidos ideológicamente diversos, pero no competitivos: El Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) que se adhirió en todo ese proceso al PRI, el Partido Popular Socialista encabezado por Lombardo Toledano que estaba entre “la chicha y la limoná” y, posteriormente, le abrió las puertas a partidos de izquierda no competitivos electoralmente, como el PST (Partido Socialista de los Trabajadores); el PCM ( Partido Comunista Mexicano), el PPM (Partido Popular Mexicano): el PRT, (Partido Revolucionario Trotskista); y otros más que con el tiempo fueron desapareciendo, pues nunca dejaron de ser lo que coloquialmente se conoció como “partidos de cuadros” (1979-1981).
“Dentro de esa enorme coalición, suma de intereses y proyectos, se procesa entonces lo fundamental de la política: quién gobierna en todos los niveles (federal, estatal y municipal) y quién asume los cargos del legislativo: Ese era el modus operandi del régimen de partido hegemónico, con el Presidente en el vértice de la pirámide” (Ibid. Ob. Cit.).
A tal grado llegó el régimen de partido hegemónico, que, en las elecciones presidenciales de 1976, el único candidato que fue registrado, fue el priista José López Portillo, dueño del 100 por ciento de la votación efectiva, ya que el PAN, partido opositor más competitivo, no postuló candidato, por una crisis interna que lo paralizó y el PCM permanecía artificialmente excluido de la contienda legal.
A partir de entonces, y del fraude electoral de las elecciones presidenciales de 1988 de Carlos Salinas de Gortari, quien le robó la silla presidencial al candidato Cuauhtémoc Cárdenas, con el subterfugio de la “caída del sistema” que el PAN avaló y apoyó, con la quema de las boletas electorales votadas a favor del hijo de Lázaro Cárdenas, se generó el régimen bipartidista (PRI y PAN) que dio al traste al proceso de la Transición a la Democracia, fomentada paulatinamente a lo largo de siete reformas electorales pluralistas de 1977 a 2007.
Para sorpresa de todos, ese esquema bipartidista, se fue minando a partir del registro del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y postulación de su dirigente, Andrés Manuel López Obrador, como candidato a la Presidencia de la República en 2014, que puso en aprietos a Felipe Calderón, quien, con el apoyo del INE, fue declarado triunfador con un porcentaje de 0.5 por ciento de décimas de los votos.
En los comicios de 2018, Morena arrasó en la elección del poder Ejecutivo federal (Presidencia) y el Poder Legislativo de la Federación (Senado y Diputados), que ahora sus opositores pretenden recuperar a como dé lugar con la consulta de revocación de mandato del Presidente en 2022 y las elecciones intermedias del 6 de junio del año en curso, lo que es válido, siempre y cuando se apeguen a la legalidad de la democracia participativa de los ciudadanos, no a las falacias de la democracia representativa a la que están apelando mediante argucias grotescas, como las que cotidianamente difunden en torno al “populismo” y “el presidencialismo autoritario” de la Cuarta Transformación, que según ellos, ha puesto en crisis la economía y la salud de los mexicanos; fomentado el desempleo, afectado la libre competencia de las empresas nacionales y trasnacionales con la reciente reforma de la Ley de Electricidad, las cuales no pagaban impuestos, pese a que recibían cuantiosas divisas y subsidios.
¿Será que el PRI, el PAN, el PRD ya olvidaron su historia, esto es, sus orígenes del sistema de partido de Estado y partido hegemónico (PRI); el bipartidista (PRI y PAN) y ahora el tripartidista con el PRD en extinción?
¿No recuerdan acaso que fueron ellos, los que saquearon a nuestro país y sus recursos naturales con el sistema neoliberal; que se enriquecieron con las “partidas secretas” del presupuesto impuesta por Carlos Salinas; endeudaron al país con el Fobaproa de Ernesto Zedillo; que Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto desmantelaron el sistema de salud y el de educación; fomentaron la corrupción impune de gobernadores y sumieron en la pobreza extrema a millones de mexicanos?
No sean cínicos. El pueblo (“los chairos” como ustedes le dicen) ya no se traga sus demagogias. Ha vivido en carne propia todo el daño que le causaron durante décadas, sexenio tras sexenio.
Véanse frente al espejo. Por más que se “maquillen” el rostro y se disfracen de “demócratas”, siguen siendo los mismos de siempre y por más que muten de un partido a otro, los ciudadanos sabemos de dónde vienen y a donde van. Ténganlo por seguro.
Por: Francisco Javier Pizarro