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En una clase de Teoría Sociopolítica en la cual la interrogante era pertinente, un joven preguntó. “Profesor: ¿Cuál es el modelo político vigente en Rusia? Aunque podía excusarme, perdí la oportunidad de permanecer callado e improvisé.

Descartando la etapa de Boris Yeltsin, ―expliqué― el primer presidente electo en Rusia a quien, tras el fin de la Unión Soviética, le correspondió administrar la más difícil transición política de la era moderna, caracterizada por el colapso económico, el debilitamiento militar, el auge del separatismo, la desestabilización interna y la pérdida de relevancia de Rusia en la arena internacional, tras la elección y las reelecciones de Vladimir Putin, como un Ave Fénix, el país renació.

En su formación y desempeño como funcionario y oficial de la KGB ―referí―, Putin recibió una instrucción marxista-leninista, superior al estándar y una formación política con base a los preceptos del “comunismo científico”. No obstante, sin que tuviera elección, en una excepcional coyuntura histórica, sus convicciones, como las de decenas de millones de militantes y altos cargos soviéticos cambiaron, aceptando que las ideas que inspiraron a sus mayores y a ellos mismos, no resultaban viables, al menos como se había intentado realizarlas.

No obstante, el marxismo, aprendido por Putin, generó una magnífica doctrina económica y una concepción de la historia de base científica, así como un pensamiento político que, por apelar a las mayorías, es fecundo. En su conjunto la doctrina marxista es una sociología que lejos de ser omitida, recupera espacios y que seguramente le ha servido al presidente ruso en su desempeño.”

Mi tesis de aquel día fue que la base económica, las tecnologías avanzadas y el impresionante capital humano, legado por la Unión Soviética, permitieron a Rusia crear un poderoso sector público; a lo cual, inevitablemente  se suman aquellos bienes intangibles expresados en valores incorporados al ADN nacional y que, quiérase o no, forman un sustrato cultural que, al imbricarse con la buena fe, el patriotismo y el compromiso con el pueblo y el país, que caracterizan a Putin, generan un resultado.

“No se descubre nada, insistí, al decir que en Rusia la élite autoritaria opera una democracia cooptada, pero democracia al fin. No perfecta, aunque perfectible, tal como ocurre en todas partes. Impaciente el joven inquirió: Por fin: ¿Cuál es el modelo?

A mí me recuerda una socialdemocracia inversa ―respondí― En Europa Central, especialmente en Alemania y Austria y más al norte en Finlandia y en toda Escandinavia, funcionan modelos políticos que, en dosis exactas, mezclan preceptos socialistas de matriz marxista con principios políticos liberales y economías de mercado capitalistas que se han constituido en ‘estados de bienestar’. Bajo otras premisas y avanzando desde otra dirección, tal vez Rusia procure lo mismo.    

Profesor ¿Y Cuba, podrá aprovechar sus avances socialistas, la obra material y cultural y el capital humano generados por la Revolución, para realizar esa mezcla que, según usted, en dosis exactas, puede funcionar?

Se trata ―dije― de experiencias y circunstancias muy diferentes, respecto a lo que, por ahora, no vale la pena especular, lo que además no es para lo que estamos aquí. Demos Cuba al tiempo”. Nunca más volvimos sobre el tema.

Por Jorge Gómez Barata

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