La entronización de la vacunación constituye la más osada aventura de la medicina moderna, debido a que originalmente consistió en inocular a personas sanas preparados biológicos portadores de graves enfermedades, mientras que la inmunización masiva de países y continentes, en condiciones tan adversas como las de los siglos XVIII y XIX, sublimó la hazaña.
La creación de la vacuna contra la viruela, constituyó un suceso científico que, al proteger a Europa del más terrible flagelo, derribó barreras y anuló prejuicios. Felizmente, el hecho científico coincidió con la Revolución de las 13 Colonias, encabezada por una vanguardia ilustrada y políticamente avanzada que acogió y promovió la idea. Hasta hoy, la vacunación es un elemento de cohesión social que las elites y las masas festejan por igual. La idea de la inmunización se introdujo en el Nuevo Mundo por Norteamérica, promovida por Benjamin Franklin, un precursor que propagó la idea. Se trata de uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, integrante de la vanguardia política que condujo la Revolución de las 13 Colonias.
John Adams, que sería el segundo presidente de los Estados Unidos fue inoculado en 1764, (antes de que se creara la vacuna) y, en 1776 mientras participaba en los trabajos revolucionarios en Filadelfia, su esposa e hijos fueron inmunizados. En 1777, George Washington ordenó la vacunación del ejército revolucionario. En 1782, Thomas Jefferson, tercer presidente, se inoculó a sí mismo y a su familia, convirtiendo la vacunación en una prioridad de su administración.
Afortunadamente, el rey español Carlos IV, tuvo sensibilidad para encabezar la proeza científica y humanitaria al auspiciar la vacunación de las colonias, realizada mediante la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806), conocida como Expedición Balmis, por el médico Francisco Javier Balmis que la encabezó, cuyo objetivo era llevar la vacuna contra la viruela a los confines del imperio.
El principal problema fue, cómo transportar el virus durante el largo trayecto. La solución, hoy éticamente censurable, fue hacerlo utilizando niños sanos, que no hubieran padecido la viruela. La decisión fue llevar 22 huérfanos que serían infestados sucesivamente y en cuyos brazos plagados de pústulas, se conservaría el elemento activo para fabricar el preparado vacunal.
Partiendo de La Coruña, después de escalas en Islas Canarias y Puerto Rico, el 26 de mayo de 1804 la expedición arribó a La Habana donde no hizo falta la ayuda pues ya había comenzado la vacunación auspiciada por el Capitán General y el doctor Tomas Romay. De ahí siguió a Venezuela, donde el poeta Andres Bello escribió la “Oda a la Vacuna”, siguió Colombia, Ecuador, Panamá y México, donde fueron embarcados 25 huérfanos para ampliar la operación a Filipinas y China.
Respecto a la expedición, el doctor Edward Jenner creador de la vacuna hizo constar: “No puedo imaginar en los anales de la Historia un ejemplo de filantropía más noble más amplio…” y en 1825 Alexander von Humboldt escribió: “Este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia.
Al mencionar el heroísmo que en ocasiones demanda la ciencia y la disposición para asumir riesgos, no puede omitirse la operación de comprobación de la efectividad de la vacuna contra la poliomielitis, realizada en Estados Unidos, donde en 1955, después de pruebas de seguridad, se inoculó el virus a 1.800 000 niños. Emociona constatar la disposición de aquellos padres.
No conozco el destino de los 44 niños españoles y mexicanos participantes en la hazaña de entronizar la vacuna contra la viruela en América Latina, pero he podido rescatar del olvido algunos nombres: Benito, nueve años, Andrés 8 años, Antonio 7 años, Cándido 7 años, así hasta completar 44 criaturas. Todos pobres, todos huérfanos, todos inocentes y…todos benefactores de la humanidad. ¡En gloria estén!
Por Jorge Gómez Barata