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Opinión

El 6 de octubre de 1999, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas aprobó la Declaración y el plan de acción sobre una cultura de paz. En ella se sintetizaron décadas de trabajo para acordar valores básicos indispensables para la convivencia y la vida común. La paz, recordaron, no es solamente la ausencia de guerra.

Una cultura de paz es un conjunto de valores y comportamientos compartidos que reflejan el respeto a la democracia, la libertad, los derechos humanos, la libre expresión, la circulación de información veraz y la participación ciudadana, en particular la de las mujeres.

Dos décadas y una pandemia después, América Latina es la región del mundo en la que más se vulneran derechos humanos. Cuenta con las tasas de homicidios más elevadas y con la mayor incidencia en fenómenos como el secuestro, la violencia urbana, la justicia por mano propia y los conflictos ambientales. Según las Naciones Unidas, en esa región se concentra el 37 por ciento de los homicidios del planeta.

La cultura de paz es hoy una promesa incumplida. No puede seguir siendo una aspiración discursiva que choca con el comportamiento de una clase política irresponsable capaz de fabricar enemigos, desacreditar a las víctimas de violencia, falsear cifras para sacar raja política del encono.

La pandemia ha sido el catalizador de un malestar acumulado. México ocupa el quinto lugar en muertes violentas con 27 homicidios por cada 100 mil habitantes. A eso hay que agregar los diez feminicidios diarios y los 9.8 millones de nuevos pobres.

Para impulsar una cultura de paz desde la ciudadanía y como parte de una campaña a favor del ejercicio de derechos, por necesidad y por urgencia, desde Nosotrxs proponemos cambiar las coordenadas de la discusión pública. Se trata de fomentar el diálogo y el contenido de las conversaciones que tenemos con los demás a través de la escucha activa, la verificación de la información, la promoción de un ambiente sano y la condena a cualquier forma de agresión. Con esto aparentemente simple, pero cotidianamente excepcional se busca evitar la estigmatización, el uso de etiquetas que tanto fomentan las hostilidades y el discurso de odio que busca el exterminio del otro. Se plantea lograr que las razones y los argumentos sustituyan a las emociones. Se convoca a que recordemos cómo frente a la tragedia ajena, podemos ser el país solidario que otras veces hemos sido. La conversación que falta no debe de ser tripulada por intereses ajenos al bienestar colectivo. Se trata, como decía Benedetti, de que una injusticia sea repudiada por todos, todos los que somos y no solamente algunos.

Por: Lourdes Morales Canales

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