Charles Darwin y Karl Marx, no solo fueron contemporáneos sino también vecinos en Londres. las cuales Aunque Marx envió a Darwin como obsequio un ejemplar de El Capital, es falso que se lo haya dedicado. Aunque el naturalista, acusó recibo del obsequio, no consta que compartiera las ideas del economista. Lo que se sabe con certeza que Marx admiraba a Darwin y en algunos momentos, para establecer analogías con sus tesis sobre la lucha de clases, se aproximó al “darwinismo social”, a lo cual renunció al percatarse que nada tenían que ver lo uno con lo otro.
Aquellos sabios, dos de las mentes más brillantes de todos los tiempos, coincidieron en que aunque la realidad consta de dos mitades perfectamente identificables que son la naturaleza y la sociedad entre ellas funciona una dialéctica que tiende a aproximarlas. La naturaleza precede a la sociedad en una relación inmedible porque, el universo existió siempre; mientras el hombre lo hace desde hace unos 200 mil años.
Tanto en la naturaleza como en la sociedad, la principal característica es la diversidad que supone la convivencia y la contradicción. La lucha por la supervivencia en la naturaleza no supone que unas especies y organismos exterminen a otros, como en la sociedad la supresión de las clases o estamentos sociales, las expresiones culturales y las ideas no parecen ser una opción viable.
La idea de una sociedad sin clases y, sin diferencias sociales, que trascienda la competencia política, sea ideológicamente homogénea, y culturalmente uniforme en la cual, en ambientes asépticos, el gobierno sobre las personas sea sustituido por la administración de las cosas y los procesos productivos, que alguna vez acariciaron los socialistas utópicos y a lo cual se aproximaron algunos exegetas marxistas, es tan inviable como una naturaleza sin virus, bacterias ni hongos.
Los virus son los “organismos” más numerosos de la Tierra, el objetivo de la medicina, empeñada en mantener la salud, no es “erradicar” los virus, las bacterias, los hongos, lo cual sería imposible porque de hecho forman parte importante del organismo humano, totalmente integrado a la arquitectura del genoma. A la suma de todos los virus se llama “viroma” y a los que resultan dañinos para la salud humana y animal se les llama “patógenos”, incluso contra ellos la guerra no es a muerte.
Un ejemplo de lo peculiar que es la lucha por preservar la biodiversidad, radica en el hecho de conservar muestras del virus de la viruela. En 1977 en Somalia se detectó el último caso de viruela. En 1980, la Organización Mundial de Salud (OMS) anunció su erradicación, no obstante, en el Instituto VECTOR de Novosibirsk, Rusia y en el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, Estados Unidos se “archivaron” muestras del temido y odiado virus criogénico
Desde entonces tiene lugar una polémica en torno a la necesidad y la pertinencia de conservar estas muestras, temiendo que por un accidente alguna de ellas salga del estado de congelación en que se encuentran. A las razones científicas para conservar el virus, se suman criterios políticos pues se teme que alguien más pueda conservar trazas del virus o pueda recrearlo desde los animales. Un argumento de peso es que el hombre exterminaría conscientemente a otra especie. Aunque suele decirse que siempre hay una primera vez, es mejor no comenzar.
La complejidad de la historia natural y del devenir humano, excluyen el trato desconsiderado hacia la naturaleza y el extremismo social. La idea de que unas especies exterminen a otras o unos estratos supriman a los que, por razones circunstanciales se consideran adversarios, es retrógrada. Me afilio a la idea de la defensa de la unidad en la diversidad. No solo porque es más coherente con la condición humana, sino más cuerda.
Por Jorge Gómez Barata