Ahora sí se ve la luz al final del túnel en América del Norte. Las agresivas y aparentemente muy exitosas campañas de vacunación en Estados Unidos y Canadá—y en menor medida en México—nos hacen ver quizás un futuro promisorio para toda la región de Norteamérica, después de un periodo de fronteras cerradas y medidas sanitarias por la pandemia del COVID-19. Por más de un año, las fronteras de nuestra región se han mantenido cerradas a las actividades no esenciales y han afectado fuertemente la economía fronteriza de México, Estados Unidos y Canadá. Y por supuesto, el país más afectado por las medidas sanitarias ha resultado ser México, dada la vulnerabilidad de su economía en general en comparación con sus vecinos del norte.
Antes de la llegada de Donald Trump al poder, los tres gobiernos de la región apoyaban la idea de conformar un bloque norteamericano, cada vez más integrado y anclado a lo que fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)—ahora Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá o T-MEC. La idea era extender la integración de las tres economías bastante más allá de lo comercial. Recordemos, por ejemplo, la idea de la interdependencia energética de América del Norte anclada en la construcción del oleoducto y gasoducto Keystone XL (hoy cancelado por el Presidente Joe Biden).
La idea de una Norteamérica sin fronteras—excepto para los mexicanos—parecía irse consolidando y no mostraba resistencias fundamentales. Los principales puntos de tensión tenían que ver con México, en particular con la migración y con la violencia asociada al narcotráfico. Los vecinos del norte nunca reconocieron su responsabilidad en estos dos temas. Por un lado, se promovía la idea de la integración, principalmente de los grandes capitales. Por otro lado, se establecen barreras a la libre movilidad de los mexicanos pobres, quienes serían la perfecta mano de obra barata para aceitar la idea de Norteamérica. No obstante este doble discurso, se iba avanzando en la consolidación de un bloque unido para beneficio del gran capital.
Sin embargo, en 2016, la elección de Donald Trump transforma fundamentalmente esta concepción y propone su reformulación. Trump pide se renegocie el tratado de libre comercio entre los tres países y hace del muro fronterizo con México, un símbolo claro de su administración. Trump se aleja de la idea de la integración de Norteamérica proponiendo “volver a hacer a América Grande” (Make America Great Again). El nacionalismo y supremacismo de la administración trumpista volvía a delinear las fronteras en Norteamérica y echaba para atrás los proyectos globalistas que habían apoyado fervientemente los demócratas en administraciones pasadas.
México, por su parte, elige un nuevo Presidente en 2018, cuyos planes se verían favorecidos por una visión más cerrada de su vecino del norte. La idea de una relativa independencia energética de México frente a sus vecinos parecía encajar, en cierto modo, con los objetivos del trumpismo. De forma irónica, la firma del T-MEC, no representaba un cambio de timón en la relación comercial de Norteamérica, pero sí representaba mayores beneficios aún para los países ricos de la región. No obstante, México, por su parte, avanzaba en la construcción de un proyecto energético propio y más soberano con el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador.
La crisis económica derivada de la pandemia del COVID-19 retrasó los planes de México y ocasionó el relativo deterioro de todas las economías de la región. Las fronteras de Norteamérica han permanecido semi-cerradas desde entonces, pero esta situación podría cambiar en el no muy largo plazo. En noviembre de 2020 fue elegido en Estados Unidos un presidente demócrata con una visión muy distinta a la de Trump y muy similar a la que había prevalecido en los años previos. No obstante lo anterior, la nueva administración estadounidense tiene algunas prioridades diferentes que no van muy en la línea con el proyecto del gobierno mexicano autodenominado de la Cuarta Transformación. Ahora Estados Unidos y Canadá parecen estar comprometidos con una reconfiguración de su sector energético basado en la producción de energías renovables. Canadá ya avanzaba en este sentido y Estados Unidos se apresura a consolidar un nuevo acuerdo verde.
No es aún claro si estos proyectos combatirán efectivamente el cambio climático, ni si el objetivo es realmente el bienestar de las comunidades de la región—las cuales por supuesto que pagarán precios mayores por el consumo de nuevas energías aparentemente más limpias. Lo que sí es claro es que ahora la interdependencia energética que se buscaría en Norteamérica no se basaría en los hidrocarburos, sino en nuevas tecnologías que no parecen estar aún al alcance de México, y mucho menos en los planes de su presidente. Y esto último hace sentido en la economía más débil de Norteamérica en la era de la pandemia y post-pandemia del COVID-19. México cuenta con yacimientos importantes de hidrocarburos, incluyendo petróleo y carbón, que en época de crisis dan viabilidad a un proyecto de país específico.
Así se empieza a dibujar más claramente una de las fronteras de Norteamérica. El sueño de una región sin fronteras parece ya ser imposible en la era post-COVID. Canadá y Estados Unidos avanzan rápidamente hacia la inmunidad colectiva gracias a sus enormes recursos económicos y al acceso masivo a las vacunas. Son dos economías no tan desiguales que comparten una misma visión “progresista” de país desarrollado y que aprovecharán la nueva geopolítica de las energías renovables. En este nuevo contexto, la frontera entre Canadá y Estados Unidos se vislumbra más tenue. Por el contrario, la frontera que divide al desarrollo del subdesarrollo en Norteamérica se engrosa y su muro se refuerza.
El tema migratorio y el deterioro de Centro y Sudamérica llevarán más hierro, más tecnología y más personal de agencias de seguridad a la frontera que divide a México y los Estados Unidos. Cada vez más gente pobre en el sur de América tratará de cruzar México, como sea, para llegar a la tierra prometida una vez cruzando hacia el norte la frontera. El progresismo canadiense y estadounidense parece limitarse al ambientalismo y las políticas identitarias al interior de sus fronteras. La exigencia de sindicatos en el sector maquilador considerada en el T-MEC minará la productividad del sector manufacturero fronterizo de México, lo que acrecentará las presiones migratorias. Se vislumbra entonces una continuación de las restricciones a la migración en la frontera que divide a Estados Unidos de su vecino más pobre del sur. Se pronostica entonces más desigualdad, una frontera tenue al norte y otra más profunda en el sur. Este es el futuro de las fronteras de Norteamérica.
Por Guadalupe Correa-Cabrera