“Salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: ‘la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora’. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable”.
Este es el relato que el cubano José Martí redactó, como corresponsal del diario argentino La Nación, del ahorcamiento de los líderes de la revuelta obrera de mayo de 1886 en la ciudad de Chicago, Illinois. Era el 11 de noviembre de 1887.
Los dirigentes sindicales detenidos tras los hechos de la revuelta de Haymarket fueron ocho originalmente. Durante los llamados procesos de Chicago, murió Lois Lingg, presuntamente por suicidio aunque algunos aseguran que fue asesinado en prisión.
La reacción negativa que generó el ahorcamiento de Georg Engel, Adolf Fischer, Albert Parsons y August Spies fue tal que obligó a las autoridades a suspender el ahorcamiento de Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab, a cambio de cadena perpetua.
La ejecución de cuatro dirigentes sindicales, la muerte de uno más y las prisión perpetua de otros tres fue el saldo más brutal de la feroz represión con la que las autoridades de Chicago y policías privados al servicio de los capitalistas de esa ciudad reprimieron al movimiento sindical dejando además decenas de muertos y cientos de heridos.
Buena parte de los derechos laborales que tenemos ahora, en especial la jornada laboral de ocho horas, es producto de las movilizaciones que realizó la clase obrera de Estados Unidos y otras partes del mundo en la década de 1880. Los obreros estadounidenses se movilizaron en el año de 1886 para exigir la reducción de la jornada laboral, que entonces era de 14 a 16 horas diarias. Al efecto, decretaron una huelga general el 1 de mayo de 1886 para exigir el cumplimiento de esta demanda, justo hace 135 años.
El 1 de mayo de 1886 casi 200 mil obreros se pusieron en huelga; al día siguiente la policía disolvió una manifestación de 50 mil trabajadores; el 3 de mayo, mientras se celebraba un mitin, la policía y un grupo de esquiroles de la fábrica de maquinaria McCormik chocaron con los trabajadores. La policía disparó a mansalva, ocasionando seis muertos y varios heridos. Esta represión motivó la convocatoria a una manifestación pues se consideró que “la guerra de clases ha comenzado”.
La revisión histórica de los hechos parece confirmar que la suerte de la manifestación convocada en la plaza Haymarket de Chicago ya se había decidido por las autoridades. Ese día, durante la concentración obrera, estalló una bomba entre los policías que estaban reprimiendo a los trabajadores. El hecho desencadenó la detención de 31 dirigentes, y al final el proceso judicial en contra de ocho de ellos, conocidos ahora como los Mártires de Chicago. Todo esto en medio de una feroz campaña de la prensa comercial que pedía la pena máxima para todos los detenidos.
Los Procesos de Chicago, como se conoce al enjuiciamiento de los líderes obreros, estuvieron plagados de irregularidades, de tal suerte que unos años después los tres condenados a penas capitales obtuvieron el “perdón absoluto”: Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michael Schwab.
La conmemoración del 1 de mayo no fue inmediata en México. Pasaron casi tres décadas desde la huelga y represión en Chicago de mayo de 1886 antes que los obreros mexicanos recordaran aquellos hechos en el país. Ocurrió el 1 de mayo de 1913, cuando una comisión de personajes ligados a la Casa del Obrero convocaron a una serie de actividades en conmemoración de los Mártires de Chicago y la demanda central de una jornada laboral de ocho horas.
La comisión organizadora estuvo integrada por Eloy Armenta, Santiago J. Sierra, Heriberto Jara, Hilario Carrillo, Jacinto Huitrón, Epigmenio H. Ocampo, Pioquinto Roldán, Luis Méndez, Agapito Barranco, Severiano Serna y Salvador Álvarez.
La jornada de recuerdo de la represión a los obreros de Chicago, el 1 de mayo de 1913, tuvo diversas actividades: una marcha en la que participaron entre 20 mil y 25 mil asistentes que partió de la antigua plaza de Armas (hoy conocida como Zócalo) para seguir por la calle de Madero hasta la avenida Juárez y en la Alameda parar en el Hemiciclo a Juárez, donde se lleva a cabo el mitin. Los oradores fueron: Rafael Pérez Taylor, Jacinto Huitrón, Antonio Díaz Soto y Gama, Epigmenio H. Ocampo.
Posteriormente, la comisión organizadora y los manifestantes marcharon hasta la Cámara de Diputados donde entregaron un “memorándum de la Casa del Obrero Mundial, pidiendo la reglamentación por Ley de la Jornada de Ocho Horas de Trabajo como máxima, la vigencia de una ley sobre indemnizaciones por pago en accidentes de trabajo y el reconocimiento obligatorio para los patrones de la personalidad de los directivos de las uniones y sindicatos de los trabajadores”.
Ese día la Casa del Obrero añadió Mundial a su nombre para no confundirla con una Casa del Obrero que ya existía en Los Ángeles. Al mismo tiempo, surge la bandera que identifica a las huelgas y luchas obreras, según las memorias del sindicalista e historiador Jacinto Huitrón, al agregarle el color negro a la bandera roja, en señal de duelo por los Mártires de Chicago. Además de la marcha-mitin de la mañana, se organizó una quermes gratuita en el Teatro del Elíseo y por la tarde se celebraron actos en el jardín Jesús García, Héroe de Nacozari (Plazuela de Santa Catarina), y en el Parque Balbuena (hoy Venustiano Carranza). La primera conmemoración del 1 de mayo en México concluyó en la noche en el Teatro Xicotencatl (hoy Esperanza Iris) con una velada cultural y política.
La relación de estos hechos confirma que las conquistas laborales y en derechos son producto, siempre, de las luchas, resistencias y movilizaciones y no concesiones de los gobiernos. Sin la huelga de la clase obrera de Chicago y sin las luchas de los trabajadores de otras partes del mundo, no habría existido el derecho a una jornada de ocho horas. Aunque hoy, en plena época del capitalismo neoliberal, este derecho esté suspendido en la práctica para una buena parte de la clase trabajadora.
Por Rubén Marín