En los días posteriores a las elecciones del 6 de junio, varios miembros de la oposición celebraron eufóricamente su victoria. En muchos casos, su entusiasmo y soberbia rozó en el cinismo, sobretodo en el caso de la CDMX. La soberbia revela la razón de sus fracasos anteriores; la falta de conexión con las pulsiones del país y la ciudad. La CDMX no votó por ellos, sino en contra de Morena. Su triunfo no es una muestra de sus aciertos políticos sino del desgaste del discurso presidencial en muchas áreas de la ciudad.
El 11 de junio, Marko Cortés tuiteó que “En la Ciudad de México no sólo ganamos, ¡arrasamos!”, en ese mismo tenor Margarita Zavala dio “retweet” a un mensaje que leía “Que @Mzavalagc ganó por madriza”. ¿De dónde sale tanta soberbia? ¿Tanto orgullo? Es difícil entender el entusiasmo. Durante los primeros tres años del gobierno de López Obrador, la oposición ha brillado por su ausencia. A pesar de su grave derrota en 2018, nunca lograron hacer un ejercicio autocrítico ni separarse de sus prejuicios, fobias y prácticas que llevaron a su debacle. Su respuesta fue continuar con lo mismo, un espectáculo superfluo con tintes clasistas; una narrativa endogámica que solo le hablaba a los suyos. Esa misma falta de autoanálisis se ha vuelto a dar en estas elecciones. Ganaron el partido por default, pero lo celebran como si hubieran metido todos los goles.
Pongamos como ejemplo al PAN. El partido fundado por Manuel Gómez Morin fue constituido para hacer frente al PRI y lo que éste representaba. Para las elecciones de este año, el PAN tuvo que ir en contra de su esencia, su identidad y su historia. El PAN decidió aliarse con el partido que nació para combatir, y con el PRD, el partido que al menos “oficialmente” representa la postura ideológica contraria. ¿Consideran eso una victoria? Aún con esta alianza antinatural, perdieron 13 de 15 gubernaturas. En el Congreso, la “Alianza va por México” tuvo un avance, pero solo logró restarle 10% a Morena y sus aliados, quienes mantienen el control de la Cámara. En la CDMX ciertamente obtuvieron su mayor logro, pero el triunfo es engañoso.
Desde las elecciones de 1997, la CDMX ha votado en lo electoral por la izquierda, y en lo jurídico y legal por el progresismo. En 2021 es el núcleo del movimiento feminista, y de los diferentes movimientos de reconocimiento de derechos a las comunidades indígenas y la comunidad LGBT. Los datos avalan esto: la CDMX tiene la tasa más baja de matrimonios “tradicionales” en todo el país. Según una encuesta de El Financiero en 2019, el 53% de los capitalinos están a favor del derecho al aborto, comparado con el 32% nacional. Esa misma encuesta revela que el 62% de los capitalinos están a favor del matrimonio igualitario, y 70% en el grupo de edad entre 18 y 29 años. En contraste con esto, Margarita Zavala y muchos de los candidatos vencedores se han declarado en contra del aborto y el matrimonio igualitario; durante este proceso electoral uno de sus candidatos regaló fetos de plástico con el lema “Tu voto puede salvar vidas”.
¿Qué logros políticos puede presumir la Alianza Va Por México en la capital del país? ¿Qué identificación ideológica tienen sus candidatos con la población? Un autoanálisis serio les haría caer en cuenta que sus triunfos son más el resultado de un rechazo al gobierno federal que el de una declaración política en su favor por parte de la ciudadanía.
La CDMX fue la plataforma que catapultó a AMLO a la presidencia, pero también puede ser, a largo plazo, el lugar donde inicie el fin de su movimiento. Por el momento, el Presidente ha optado por desdeñar y atacar a los capitalinos que votaron en su contra. La Alianza “Va por México” tiene una oportunidad histórica de aprovechar este grave error del Ejecutivo. Sin embargo, no lo logrará si no entiende las razones de su triunfo, si no entiende las pulsiones de la Ciudad; si no encuentra una apertura ideológica inmediata para adoptar las causas, las luchas, las exigencias de la capital. La CDMX dio una oportunidad a la oposición para darle un mensaje al Presidente; el Presidente no ha entendido el mensaje, pero tal parece que la oposición tampoco. Ellos no ganaron, Morena perdió; si no lo entienden rápido, el gusto les durará muy poco.
Por Emilio Lezama