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Opinión

Cara a cara entre secuestrados y secuestradores

La Comisión de la Verdad, creada en el Acuerdo de Paz con las FARC como un organismo no judicial para llegar al conocimiento real de lo ocurrido en el conflicto armado interno, realizó el pasado miércoles 23 un encuentro de víctimas y victimarios del delito de secuestro. Ese delito es tal vez el que más ha contribuido a dividir a la sociedad colombiana porque muchos no aceptan que la justicia restaurativa castigue con penas no privativas de libertad en cárcel a los excomandantes guerrilleros.

Los primeros en hablar, una pareja de esposos que dijo no aprobar el Acuerdo de paz y que desea ver a los excomandantes en la cárcel y no en el Congreso pero aceptó que deben seguir libres y no volver a las armas. Luego habló un campesino que dijo no entender por qué lo habían secuestrado porque ni siquiera tenía tierra y que cuando se lo preguntaba a sus captores sólo le decían que tuviera paciencia, que esa era la guerra. Intervino un hijo de Fernando “la chiva” Cortés, quien con llanto contenido les reclamó a los exguerrilleros que hubieran tenido encadenado a su padre, un conocido periodista de 74 años, durante su secuestro.

Dijo que “convirtieron el dolor de 20 mil familias en mercancía intercambiable por dinero, llevando a la máxima degradación al ser humano, al humillarlo y torturarlo a niveles impensables… Este delito llevó al conflicto a niveles inimaginables de barbarie, no hay razón alguna que justifique lo que nos hicieron a miles de colombianos”.

Un hijo del exgobernador y exministro Gilberto Echeverri, secuestrado cuando realizaba junto con el gobernador de Antioquia una marcha por la paz que pedía el diálogo con la guerrilla, leyó una carta en que su madre les reclamaba a las FARC haber engañado a un hombre bueno que creyó en su palabra cuando lo citaron para conversar.

Después relataría Ingrid Betancur que un guerrillero le había contado que Echeverri se le arrodilló al comandante que era su amigo pidiendo que no lo asesinara, pero fue asesinado junto con el gobernador. Hablaron también los excomandantes Lozada y Alape, con un tono menos emotivo y cercano al corazón de sus víctimas, de lo que se esperaba; sí hablaron de perdón pero no resultaron convincentes. Sólo “Timochenko” demostró mayor convicción y explícitamente solicitó perdón.

La expectativa mayor era la participación de Ingrid Betancur, secuestrada durante siete años en los que debió padecer vejaciones, insultos y maltratos hasta cuando fue liberada mediante una acción militar incruenta y quien por primera vez se veía cara a cara con sus captores luego de su liberación.

 Durante su cautiverio Francia -ella es ciudadana francesa- desplegó una fuerte campaña para lograr su liberación; el expresidente Uribe ordenó poner en libertad al llamado canciller de las FARC, Rodrigo Granda, en busca de una negociación que la liberara cuando ese país ofrecía poner un avión en Brasil para recibirla.

En París carteles gigantescos clamaban por su libertad y se realizaban marchas en solidaridad con ella. Fue secuestrada siendo candidata a la presidencia de la República, sin casi ninguna probabilidad de triunfo, en la zona de distensión del Caguán, el mismo día en que se rompieron los diálogos con las FARC, cuando se empeñó en continuar el camino pese a que en el último retén militar le advirtieron que corría un serio riesgo y que no podrían protegerla, porque decía que quería mostrar su apoyo al candidato a la alcaldía de San Vicente, donde se habían adelantado las conversaciones, que era de su corriente política. Ya en libertad, escribió un libro valioso por relatar el horror del secuestro en su secuencia humillante del día a día y que mostraba la degradación a que había llegado la guerrilla.

 Es un documento desgarrador, que relata escenas dantescas de sadismo y deshumanización de sus captores. Su intervención fue demoledora contra los comandantes, les llamó la atención porque en ese encuentro el llanto corría sólo por cuenta de las víctimas mientras a los exguerrilleros no los había oído hablar desde el corazón.

Los miró uno a uno y les preguntó: “¿Usted dio la orden? ¿Usted personalmente secuestró? ¿La vergüenza que siente es del alma? ¿Usted no se daba cuenta? Les reclamó por no haber indemnizado a las víctimas: “¿Dónde está el dinero del narcotráfico? Con eso deben reparar a sus víctimas”. “Mientras uste[1]des no se despierten por las noches con las mismas pesadillas que nosotros no podremos llorar juntos y buscar la paz”.

 Al excomandante Alape le dijo que él que no había tenido padre “¿puede sentir la ausencia que les causó a nuestros hijos?” Recordó en una secuencia que nos tuvo a quienes participamos virtualmente en ese encuentro con el corazón encogido, al niño que murió de cáncer esperando que le permitieran despedirse de su padre secuestrado y que en cambio fue asesinado; y al sargento Guevara, otro caso que se convirtió en campaña nacional, enfermo de gravedad, que murió en el corral de alambre de púas en que tenían a los secuestrados desoyendo las súplicas de su madre que les pedía que lo liberaran para brindarle ayuda médica.

 Les reclamó por el dolor de las familias que siguen buscando el cuerpo de sus padres muertos en el secuestro. Sin embargo, y a pesar de que dijo que esa reunión no era para olvidar lo ocurrido, dejó una luz de esperanza: “Si los que estamos aquí presentes… marcados en carne viva por el odio, hemos podido escucharnos y hablarnos con todo lo que nos cuesta, podemos decir que el amor es más grande. Que hay esperanza. Si hay esperanza, hay futuro”.

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CI 

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