El tremendo impacto que ha tenido la pandemia de Covid19 nos puede hacer pensar que vivimos en un mundo sin esperanza y que nos ha tocado un tiempo terrible para estar vivos. Tomando en cuenta los millones de muertos, la debacle económica, la incapacidad de muchos gobiernos para conseguir o distribuir las vacunas y la desazón de ver nuestras escuelas y negocios cerrados, no es difícil tender hacia el pesimismo.
Pero si ampliamos un poco la mirada y nos fijamos en lo que la humanidad ha sufrido en el pasado quizá podamos modificar nuestra perspectiva y concluir que la dureza de los tiempos actuales quizá no lo sea tanto. Veamos.
La tasa de pobreza extrema en el mundo (personas con ingresos inferiores a 1.9 dólares al día) era de 44.3% a nivel global en 1981. En 2015 había bajado hasta el 9.6%.
En las sociedades de la prehistoria, cuando éramos cazadores-recolectores, la esperanza de vida se ubicaba entre los 20 y los 30 años. En las civilizaciones clásicas que dieron lugar al alumbramiento del mundo moderno en la antigua Grecia y el Imperio Romano, la esperanza de vida se ubicaba entre los 18 y los 25 años. Antes del siglo XIX, ningún país europeo tenía una esperanza de vida superior a los 40 años.
El gran aumento de la esperanza de vida que hemos visto en los años recientes solamente ha sido disfrutado por cuatro, de las 8 mil generaciones de seres humanos que ha habitado el planeta desde hace doscientos mil años. El amable lector de esta columna forma parte de esos elegidos.
La esperanza de vida en América Latina ha subido de los 50 años en 1950 hasta los 74 años en la actualidad. En África ha aumentado de los 37 hasta los 57 años en el mismo periodo, a pesar de los efectos devastadores de la epidemia de VIH en ese continente.
Y no solamente vivimos más años, sino que la calidad de vida en los tiempos actuales es infinitamente superior a la que han tenido las anteriores generaciones de habitantes del planeta. No olvidemos que antes de la Revolución Industrial se vivía sin medicinas, sin antibióticos, sin agua potable, sin cubrir las necesidades de ingesta calórica diaria, sin electricidad, sin drenaje en las ciudades.
Vivimos en un mundo mejor. A veces no nos damos cuenta y pensamos que los avances de los que disfrutamos han sido una constante a lo largo de la historia. No es así. Pese al desastre de la pandemia, tenemos datos para el optimismo. Saldremos adelante y el mundo será mejor para las generaciones venideras. Que nadie lo dude.