Vulnerabilidad es tema universal. Atañe a todos. Unos vulneran, otros son vulnerados. No hay por qué sorprenderse. La historia siempre se repite, unas veces sin puntos ni comas y otras, como ahora, con nuevas advertencias y problemas derivados del envejecimiento de nuestra especie y de la Tierra. No es lo mismo advertir acerca de la enfermedad del globo terráqueo cuando la población contaba con mil millones de habitantes que ahora, cuando sumamos siete mil ochocientos millones. Tampoco era lo mismo vivir hace un siglo que hacerlo ahora, al lado de los daños infringidos a la Naturaleza.
Hace un siglo no se hablaba de tiempos límites para preservar el orden de la Naturaleza. Ahora los expertos no cejan en llamar la atención. En pocas décadas, repiten, si no se detiene la destrucción del entorno, el imparable cáncer anaplásico denominado cambio climático acabará con la Tierra.
La pandemia actual ha causado menos muertos que pandemias previas. Hemos acumulado tres millones y medio de cadáveres; hace décadas las tierras albergaron hasta cincuenta millones en la llamada gripa española. El número, por supuesto, importa. Salvo por un desagradable entuerto propio de nuestros tiempos, los muertos viejos dolían tanto como los causados por Covid-19. En las pandemias/pestes anteriores los afectados morían “rápido”; ahora, ese es el entuerto al cual me refiero: muchos permanecen largos días en hospitales y con frecuencia los familiares no tienen la oportunidad de acompañarlos. Importan también los tiempos: no es lo mismo fenecer en 2021 cuando la tecnología médica y no médica ha alcanzado cotos otrora inimaginables que fenecer en 1918 durante la gripa española.
Cuando el lenguaje no basta, crear términos ad hoc, con o sin itálicas, es necesario. Millennials, desplazados, sintecho, endeudados in útero, desaparecidos, entambados, y, entre otros, generación Covid, representan grupos heterogéneos cuya similitud se engloba en el universo vulnerabilidad, y cuyos apellidos, amén de cambio climático, es la falta de oportunidades y la dificultad ya no de labrarse un futuro, sino de contar con medios adecuados para vivir el presente.
Como en otros rubros, la humanidad tiende a dividirse en dos, pobres y ricos, religiosos y ateos, con derecho a la salud, sin derecho a ella. Vulnerados y vulneradores forma parte de esa división. El problema es inmenso: algunas causas son crónicas e irresolubles, otras agudas y sin posibilidades de mejorar debido a políticas mediocres y políticos sin preparación. La pobreza crónica hunde a quienes nacen y perviven copados por falta de recursos, y, se agudiza, como sucede en México, cuando alguna enfermedad diezma la precaria situación.
La vulnerabilidad in útero es un pandemónium quasi universal: cerca de la mitad de la población mundial (per)vive con menos de cinco dólares al día. Cuando los recursos familiares son enjutos el futuro se complica: la vulnerabilidad golpea cuerpo y mente. Nacer “marcado” significa vivir sin esperanzas. México como México.
El ambiente mundial, con o sin pandemia(s), cada vez es más tóxico. Desoír al Banco Mundial es necesario; mientras el número de poblaciones vulnerables aumenta las fuentes de ayuda disminuyen. Desoír a quienes manejan las finanzas es imperativo; desde hace años, estudios epidemiológicos han demostrado que entre las clases más pobres, las más vulnerables, las tasas y la severidad de las enfermedades mentales aumentan. Dicha realidad imposibilita encontrar un lugar digno en el mundo, un trabajo “bien” remunerado, un techo amable, una escuela funcional y un larguísimo etcétera.
Las personas vulnerables tienen apellidos: Sinvoz, sintecho, sinsalud, sinfuturo y responsables: políticos rapaces. Terrible retrato de la condición humana.
Por Arnoldo Kraus