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Opinión

Solucionar crisis y crear oportunidades

Es conocido el punto de vista de que la necesidad de reformas estructurales a escala del sistema social y el levantamiento o la atenuación del bloqueo de los Estados Unidos constituyen dos problemas nodales de la sociedad cubana. Tanto el discurso oficial, como otros razonamientos, tienden a considerar por separado estos dos asuntos, sin percibir la dialéctica entre ellos.

Durante los primeros 30 años, entre los pretextos de Estados Unidos para sostener el bloqueo estuvieron la nacionalización de propiedades norteamericanas en Cuba, la alianza con la Unión Soviética y el apoyo cubano al movimiento de liberación nacional. Con el tiempo, dos de esas excusas desaparecieron y Cuba se declaró dispuesta a negociar las reclamaciones sobre las propiedades nacionalizadas o confiscadas. Para Estados Unidos el bloqueo perdió sentido.

Por otra parte, en la primera década del presente siglo tuvo lugar un cambio de la correlación de fuerzas en América Latina en virtud del cual una docena de países fueron gobernados por elementos de izquierda o progresistas, al punto que en 2009 la OEA fue obligada a revocar la expulsión de la Isla adoptada en 1962.

Unido a ello, en 2009, Barack Obama, un político de perfil diferente, asumió la Presidencia de Estados Unidos hasta 2017 y, en 2008 Raúl Castro fue elegido presidente de Cuba, lo cual le permitió impulsar un dinámico proceso de reformas. Apreciados en su conjunto, estos procesos resultaron decisivos para que, superando obstáculos y prejuicios, ambos mandatarios dieran pasos al encuentro, negociaran de buena fe y, en 2014, anunciaran el restablecimiento de las relaciones diplomáticas.

Parece obvio que Obama avanzó del modo que lo hizo porque percibió que las reformas impulsadas por Raúl abrían expectativas de aperturas en la sociedad cubana, a la vez que el Presidente cubano comprendió que las proyecciones políticas del líder norteamericano representaban una oportunidad que nunca antes se había presentado.

 Desafortunadamente, con la llegada a la Presidencia de Donald Trump, quien se ensañó para en revertir los avances logrados, mientras en Cuba, por razones internas, ralentizaron las reformas impulsadas por Raúl, lo cual dio lugar a una especie de “tormenta perfecta” o nudo gordiano que impide avanzar.

En la coyuntura más difícil que en los ámbitos interno y externo haya experimentado el proceso político y la nación cubana, y cuando la pandemia azota de modo implacable, la diplomacia isleña está obligada ser creativa o virtualmente mágica para, apoyándose en el hecho de que, tanto el presidente Joe Biden como varios de sus más importantes colaboradores formaron parte de la administración de Obama, lo cual crea premisas que, aunque mínimas, pueden generar desarrollos favorables.

En una situación así, los operadores de la política exterior deben estar alertas para no dejarse arrastrar por elementos circunstanciales que suman tensiones y trabajar para encontrar fórmulas diplomáticas apropiadas para solucionar crisis, apagar fuegos y crear oportunidades. Es su tarea y es lo que se necesita de ellos, cuyo talento y consagración están fuera de dudas.

Hubo un momento en que, para crear facilidades para el turismo, Fidel se propuso rellenar el mar para construir una carretera entre Caibarién y Cayo Santa María, a 50 kilómetros de distancia, considerada hoy entre las vías de su tipo más importantes y bellas del planeta. El responsable de la obra cuenta que, ante la faraónica majestuosidad, surgieron no pocas dudas. Enterado, Fidel les dijo: “Echen piedras y no miren”. De eso se trata ahora, de soslayar todo lo que no sea de principios y… echar piedras. Obviamente es más fácil decirlo que realizarlo, pero hay confianza. Ya Raúl probó que: Si, se puede.

 

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