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Opinión

Curiosamente, no fue Andrés Manuel López Obrador quien me convenció de votar en la Consulta Ciudadana del 1 de agosto próximo, a pesar de que es –aunque no vaya a votar– uno de sus principales promotores. Mucho menos fue el Fiscal Alejandro Gertz Manero, de quien espero poco, honestamente. Fueron el Ejército Zapatista de Liberación Nacional y Arturo Fernando Zaldívar Lelo de Larrea los que me convencieron. El 2 de octubre pasado (vaya fecha), el Ministro de la Suprema Corte dijo: “La pregunta [de la Consulta] no habla de juzgar. Habla de emprender procesos de esclarecimiento de decisiones políticas. Va encaminada más a la creación de comisiones de la verdad y a procedimientos judiciales”. Como muchos otros, creo que la aplicación de la Ley no se debe someter a una consulta. Ni el Ministerio Público ni los tribunales necesitan consultar a nadie para ir por los criminales porque es su obligación, y sí requieren de investigaciones serias, carpetas sólidas y juicios robustos y transparentes que terminen con la plaga de la impunidad y obliguen el castigo a los culpables. La pregunta que aprobó la Corte y que promueve el INE no habla de “juzgar” y tampoco de los “expresidentes”, dos palabras que eran clave. Así como así, el ejercicio parecería demagogo e inútil. Pero luego vino el argumento de Zaldívar y luego (en ese orden) el mensaje de los zapatistas. Y creo que allí me vi. Allí hallé razón para acudir a la Consulta Ciudadana. Las comisiones de la verdad tienen en América Latina su mejor momento en la segunda mitad del siglo XX, después de dictaduras y guerras civiles que dieron manos libres a los gorilas (con perdón de esos fenomenales primates herbívoros). El Salvador, Argentina, Chile, Uruguay, Guatemala, Perú, Bolivia o Colombia estructuraron comisiones para revisar el pasado y buscar la reconciliación después de décadas de torturas, desapariciones y asesinatos de opositores desde el Estado. Para algunos, sin embargo, el inicio de este modelo fueron los Juicios de Núremberg, que condenaron a los líderes del nazismo después de la II Guerra Mundial. Simplificó las cosas, pero las naciones querían enjuiciar a los que tomaron decisiones o facilitaron el nazismo con Hitler, y también dejar constancia de lo que había acontecido aunque muchos (los simpatizantes, por ejemplo) no pagaran por ello; dejar un testimonio en la Historia de aquellas barbaridades con la clara intención de que si bien el daño no sería reparado con dos o cien condenados a la horca, sí se trabajaría –no sin dolor– en la no repetición. Allí es donde el mensaje del Ejército Zapatista de hace dos semanas cobra mayor sentido. “Hay que entrarle. No viendo hacia arriba, sino mirando a las víctimas. Hay que convertir la consulta en una consulta ‘extemporánea’. Esto con el fin de que así arranque, independiente de los de arriba, una movilización por una Comisión por la Verdad y la Justicia para las Víctimas, o como quiera que se llame. Porque no puede haber vida sin verdad y justicia”, dijo. Luego agregó, en voz del subcomandante Moisés: “Quienes allá arriba, en los partidos de ‘oposición’, se resisten a la consulta, no solo temen lo que de ella se siga; también les aterra que las víctimas recuperen sus demandas del uso ruin y perverso que la ultraderecha hace de su dolor”. Un párrafo más: “El dolor no debe ser negocio electoral, y menos para fines tan mierdas como que regresen al gobierno quienes son algunos de los principales responsables de la violencia y que antes solo se dedicaron a acumular paga y cinismo”.

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Algunos han calificado las comisiones de la verdad que refiere Zaldívar como un “espectáculo político”. Y tienen razón, y yo, al menos, lo deseo. Como Ernesto Zedillo no juzgó penalmente a Carlos Salinas; como Vicente Fox no lo hizo con Zedillo o Felipe Calderón con Fox o Enrique Peña Nieto con Calderón, a lo único a lo que podemos aspirar es a que se exhiban pruebas de lo que pudieron ser juicios justos que, por desgracia, no hubo en su momento. Entonces quiero que al menos se exhiban testimonios y que comparezcan testigos del daño que hicieron estos señores, y que un juicio popular los condene por corrupción, saqueo, desapariciones, asesinatos, la guerra atroz o la entrega de la Nación a intereses extranjeros… aunque no existan consecuencias legales, porque muchos de estos delitos ya prescribieron. Como lo hicieron los Juicios de Núremberg: que sea vergonzoso para ellos y para sus colaboradores el haber sido parte de ese periodo ominoso de la Historia. Que quede allí, escrito en la Historia, que hubo víctimas y que las víctimas o los hijos y nietos de las víctimas tengan la oportunidad, al menos, de hablar. Que hablen las familias de los desaparecidos; que hablen los líderes de las comunidades empobrecidas por malas decisiones políticas; que los defensores de derechos humanos expongan qué hemos vivido y que especialistas en distintas materias, como en desincorporaciones o en venta de activos de un Estado, cuenten cómo se dieron las privatizaciones, cómo se entregaron bienes y empresas nacionales a los más ricos y cómo fueron los rescates económicos de las élites. Quiero que se diga, al menos, cómo se abandonó a los que menos tienen. Y que todo eso suceda en juicios populares, con las fotos enormes de los acusados (con bandas en los ojos por el debido proceso, da igual) y que se revisen los números, las fechas, las decisiones, los testimonios, todo, con el fin de llegar a conclusiones o veredictos. Sí, quiero ver esas comisiones de la verdad organizadas por representantes de los Poderes de la Unión, y quiero pararme afuera de la sede a gritar, a hacer bulla, a expresar mi repudio y a marchar de alegría cuando vengan los veredictos, si es que vienen. Sí, será todo un espectáculo político. Y cuando el Poder Judicial decida –quizás después de dos años de juicio– que no hay materia para iniciar juicios penales, gritar otra vez, hacer bulla, expresar mi repudio y marchar de alegría porque alegría tendré cuando las bandas en los ojos caigan y veamos otra vez esos mismos rostros tan reconocibles, y tan repudiados por mayorías que nunca han probado el dulce de la justicia. Votaré, claro. Y mi voto es SÍ, aunque la pregunta de la Corte se entienda un carajo y aunque sirvan de un carajo las sentencias que de allí emanen. Que nadie se salve, aunque sea simbólico, aunque sea apenas un raspón.

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