Todo movimiento tiene historia. El de Twitter es una modalidad muy viva que compite con el periodismo digital. El primer Twttr (nombre original de Twitter) viajó por la biosfera en 2006. A partir de entonces la red social ha crecido, no sin mesura debo decir: quienes la utilizan viven con ella, en ella, y en ocasiones por ella. Es un medio, a la vez vital y opresor, interesante y necesario: informa y desinforma, forma y deforma, siembra y destruye. Interpretar la veracidad o falsedad del mensaje depende del usuario: “dime con quién andas y te diré quién eres”, es un proverbio casi tan viejo como la Biblia; “dime quiénes son tus tuiteadores favoritos y te diré cuáles son tus inquietudes y cuáles son tus debilidades y torpezas”.
Una de las magias de esta y otras redes sociales radica en las figuras de los tuiteadores: grandes académicos, inmensos hacedores de fake news, promotores “de todo”, artistas, narcotraficantes, profesores universitarios, trumpsianos, periodistas, millennials e incontables y nefastos políticos son usuarios del universo Twitter. Escribí universo no a vuelapluma: los mensajes cubren todas las esquinas del mapamundi. Es demodé no escribir ni leer tuits. Comer, trabajar, asearse y dedicar cuanto tiempo sea necesario a leer y reenviar tuits forma parte de ese universo. No siempre importa el contenido y en ocasiones la veracidad del mensaje; importa leerlos y compartirlos: complicado “ser” sin ellos. Para seguir en el mapa es fundamental tuitear y retuitear lo sobresaliente.
Conforme han pasado los años, el crecimiento exponencial de doña y don Twitter, por fortuna espacio agenérico, ha requerido modificaciones: de 140 caracteres como máximo, con el tiempo permitió 280 y en 2020 el salto rebasó la biosfera y abrió la puerta a tuits de voz. Tuitear es una pandemia sui géneris; a diferencia de Covid-19 no mata, pero, al igual que nuestro virus, carece de límites.
Twitter no es periodismo, pero compite con él. Al principio poco a poco y ahora con celeridad, se ha convertido, cada vez para más gente, en una fuente indispensable de información. Todo acontecimiento “importante” es registrado por Twitter. A diferencia del periodismo en papel o digital, la distancia entre lo que se dice y lo que se hace vía Twitter es enorme.
¿Deshumaniza Twitter?: quizás sí. Debatir, argumentar y persuadir es muy complicado si no imposible vía mensajes; no bastan ni diez ni veinte ni cien palabras para fundamentar y argumentar. Hay quienes sostienen, con razón, que su uso o mal uso altera la democracia. Ejemplo quasi vivo es Donald Trump: me encantaría saber, con exactitud, soy afecto a una dosis de morbo, cuántos mensajes espetó vía Twitter ese presidente. La respuesta se acerca a la siguiente palabra: incontables. La otra respuesta, veraz, la contabilizó The Washington Post, cuya labor, semejante a la tenacidad de las hormigas, identificó 25,000 mentiras, 50 cada día.
Inmersos en mundos Twitter, Instagram, Facebook, Linkedin y los que ignoro, y preocupado por la vida deteriorada de los rotativos tradicionales, sobre todo los de papel, aupado, lo admito, por una dosis de melancolía, vale la pena reflexionar en los pros y contras del mundo Twitter y de los peligros implícitos en comunicarse por medio de 140, 280 o quizás, en el futuro, 560 caracteres, lo cual, no creo que suceda: hilvanar ideas lógicas, sensatas, con puntos y comas, sin errores ortográficos es mucho pedir para la mayoría de quienes viven demasiado tiempo en el universo Twitter. Twitter no se agota ni se sacia. Engulle, enajena y exige. Sin Twitter, lo predican millones, imposible.