Aunque en el mundo todo cuanto existe se acaba, se gasta o se descompone no resulta del todo impertinente preguntarnos ¿por qué?, pues más allá de la entropía que universalmente condena a la muerte a todo, hay, en el mundo de los mecanismos producidos por los seres humanos, una curiosa coincidencia entre la falla de los aparatos y la fecha en la que expiran sus garantías. Las descomposturas ocurren, como cualquiera seguramente lo ha comprobado, con una sospechosa puntualidad. Se trata de una estrategia económica a la que llaman Obsolescencia Programada. Y como todas las estrategias tiene su historia: en los años 30s del siglo pasado pudieron llegar a producirse focos cuya vida era prácticamente eterna: los materiales de que estaban hechos permitían que el encendido se prolongara de manera indefinida y, por supuesto, los productores de estos focos notaron que sus ventas no solo se estancaban, sino que disminuían. Ante la alarma de la quiebra decidieron invertir las órdenes a sus ingenieros, quienes luego de haber investigado para producir focos eternos, tuvieron que ensayar con materiales que se quemaban relativamente pronto, dando origen así a los focos que ahora debemos reemplazar a cada rato. Las razones para dar marcha atrás en vez de seguir mejorando los productos eran económicas. Las razones económicas no pueden reducirse a la simpleza de “ganar más dinero”, pues involucran: fuentes de trabajo, desarrollo tecnológico, movimiento del mercado, capacidad de compra, etc., etc., y, por supuesto, ganar más dinero. Desde entonces, con fases más abiertas o disfrazadas el objetivo de la producción fue y ha sido, “por el bien de la economía”, fijar el ciclo de vida del producto, como también se le llama a la obsolescencia programada, y se ha extendido no solo para la producción de focos, sino de automóviles, teléfonos, refrigeradores y a todos y cada uno de los productos manufacturados. Cabe la mención de un caso especial con los autos, pues aunque Henry Ford sostuvo su emblemático Ford T, un auto que estaba hecho para durar toda la vida y ese sí servir en todo terreno y tras 15 años de producir el mismo diseño y, además, de sacarlo al mercado siempre de un único color, el negro; Chevrolet, su competidor, tuvo la ocurrencia de introducir una gama de colores y producir un diseño nuevo cada año, con lo que ocasionó la otra forma de obsolescencia programada: pasar de moda. Ya el problema no era la caducidad del objeto, sino de la apariencia del objeto. En resumen, hoy el aparato se descompone y tenemos que reemplazarlo o lo sentimos viejo y queremos reemplazarlo. El consumismo, el ansia de novedad, el saqueo de la naturaleza para obtener los insumos de una producción que no cesa, la basura que se genera, la contaminación del planeta y el correlato de este modelo proyectado a las relaciones sociales: el reemplazo de una persona por otra en las relaciones sentimentales, el desechar a las personas, pues, por paradójico que resulte, en el ámbito laboral, las personas cada vez envejecen más jóvenes, y mil problemas más se han despeñado por una estrategia económica que no parece posible detener. Pero estas estrategias ideadas por las personas que terminan controlando a las personas merece un capítulo aparte.