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Opinión

La patria perdida de Kundera

El sino literario del escorpión lo lleva a una ceremonia realizada en junio pasado en la Embajada de Francia en Praga: la entrega del máximo galardón literario de ese país, el Premio Kafka, a un clásico checo vivo, Milan Kundera, quien, como era de esperarse, no asistió al acto. En su representación, recibió el galardón la traductora de su obra al francés, Anna Kareninova. El gesto de Milan, su ausencia, simboliza su problemática relación con las autoridades de su país y con su patria misma.

Cuando en octubre de 2020 Kundera recibió la noticia del premio, lo agradeció desde la Rive Gauche parisina, donde vive con su esposa Vera, conmovido porque el galardón lleva el nombre de su entrañable Franz, “el menos comprendido de todos los grandes escritores del siglo pasado”. A él dedicó su libro Los testamentos traicionados (1993), en referencia a Max Brod, amigo de Kafka, quien se negó a echar al fuego sus obras, como Franz se lo había pedido antes de morir, y optó por publicarlas. Traición por la cual conocemos hoy una obra cumbre de la literatura, capaz de “mezclar lo grave y lo ligero, lo cómico y lo triste, el sentido y el sinsentido de la existencia”, escribió Kundera.

Todo auspiciaba el reencuentro pleno del autor con su patria luego de casi medio siglo de desencuentros, pues el Gobierno policiaco lo había expulsado del partido y lo vigiló rigurosamente hasta la Primavera de Praga de 1968, cuando pudo abandonar el país y marcharse con su esposa a Francia. El régimen prohibió entonces sus libros e incluso canceló su nacionalidad checa, orillando a Milan a nacionalizarse francés y a escribir desde entonces en esa lengua.

Tras la caída del Muro en 1989, la reconversión de la República Checa llevó a pensar en una mejoría de la circunstancia apátrida de Kundera, pero el nuevo régimen encabezado por Vaclav Havel, forjador de la nueva república, no lo buscó, y la voluntad de Kundera de mantenerse fuera de la publicidad y los medios tampoco contribuyó a un reencuentro.

Milan Kundera (Brno, República Checa –1929) es celebrado por la creación de originales estructuras narrativas en sus novelas, cinco en checo y otras tantas en francés, además de sus cuatro magníficos libros de ensayos sobre el arte de la novela y los escritores. “Él piensa que la obra está por delante del autor, porque el autor acaba reduciendo y simplificando la obra. No es una posición de solitario, sino de retirada de la vida pública y mediática: el novelista debe eclipsarse detrás de la obra”, explica Christian Salmon, por años asistente de Kundera en sus clases de literatura en París.

El alacrán lee además sobra la irregular recepción de la obra de Kundera en su patria, donde no ha sido tan reconocido como en otros países europeos, en Estados Unidos o América Latina. La crítica checa señala que sus traductores (al francés, inglés y español) han mejorado su obra haciéndola menos áspera. Finalmente, en 2007 fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura Checa, lo cual indicaba una próxima reconciliación. Pero de pronto, un artículo publicado en 2008 en la revista Respekt daba a entender que Kundera había denunciado en 1950 a un disidente y éste acabó en prisión por 22 años. Sólo para una acusación de ese alcance Kundera rompió el silencio: contundente negó esas sospechas. Pero el distanciamiento volvió a pronunciarse.

Una década después, en 2018, cuando donó sus archivos y su biblioteca a su ciudad natal de Brno, le fue restituida su nacionalidad. Este hecho y el Premio Kafka en 2020 hicieron pensar de nueva cuenta en el reencuentro del escritor con su patria, pero apenas en noviembre de 2020, el checo Jan Novák publicó Kundera: su vida y sus tiempos checos, una biografía de 900 páginas donde embate contra diversos aspectos de la vida y obra de su biografiado. Sus fuertes calificativos van de estalinista a mezquino y de auto plagiario a escritor sobrevalorado. La historia parece agotarse tristemente aquí y no habrá acercamiento, medita el escorpión.

A sus 92 años, delicado de salud y en plena pandemia, Kundera vuelve en silencio a su refugio francés de la mano de su esposa Vera. En su libro de ensayos El telón (2005), escribió una reflexión sensible sobre la invasión rusa a su nación: “Me pareció devorada por un inmenso mundo ajeno, creí asistir al comienzo de su agonía. Por supuesto mi evaluación era falsa, pero quedó grabada en mi memoria existencial una gran experiencia: sé desde entonces algo que ningún francés, ningún estadunidense puede saber; sé lo que es para un hombre vivir la muerte de su patria”.

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