Quizás el problema fundamental de la medicina moderna sea, sin paradojas, la tecnología biomédica: achica al enfermo, sepulta la relación médico paciente e incrementa la brecha entre los que pueden sufragar los gastos de la nueva y maravillosa biotecnología y quienes no cuentan con esa capacidad. Escribí sin paradojas: todo depende del bolsillo: quienes pueden acceder a ella (casi) siempre se beneficiarán; los que no consiguen acercarse a sus bonanzas pervivirán con la misma (poca) calidad de vida y morirán a edades similares a las de sus padres. Corolario: la biotecnología incrementa las grietas entre ricos y pobres.
La bioética es una fuente de reflexión cuyo leitmotiv no radica en frenar la investigación biotecnológica pero sí priorizar sus propósitos. La ética es rica en ideas y pobre en dinero; las tecnologías médicas y no médicas son ricas en ideas y en dinero. Francisco de Quevedo lo dijo hace cinco siglos, “Poderoso caballero es don Dinero”. Avanzado el siglo XXI, los hacedores de la biotecnología lo confirman. La “nueva” medicina lo sabe: se nutre de la aparatología.
Conforme crece la biotecnología, la persona que acude a consulta se convierte en enfermo potencial y fuente de dinero. La biotecnología y sus acólitos, como lo han denunciado médicos y pensadores, ha medicalizado la vida.
Cuando se asiste a consulta, ¿cómo dirimir entre lo prudente y lo imprudente? ¿Qué hacer cuando se acude a revisión por dolor abdominal y el médico, tras revisar al enfermo y solicitar exámenes, le informa que, además de sufrir del colón, es hipertenso, tiene elevado el colesterol y quizás una masa en el hígado? ¿Actúa correctamente el doctor que se atiene a la queja del paciente y solicita pocos exámenes?, o bien, ¿actúa en forma preventiva el médico que sugiere, aunque el paciente sólo tenga un pequeño problema, realizar muchos exámenes?
Las dos últimas cuestiones engloban las iniciales. Inadecuado contestar sí o no. Se requieren diversos elementos, el principal, individualizar a quien acude a consulta, es decir, conocerlo, entender sus peticiones y actuar conforme a su óptica y de acuerdo con principios éticos/médicos. Individualizar en medicina y en general es un arte. Saber quién es el enfermo es esencial. Ese escenario debe dictar las reglas: cuántos exámenes efectuar, cuántas interconsultas solicitar, etcétera. Hacer exámenes conlleva beneficios y perjuicios. En medicina la serendipia juega un papel crucial. No debe soslayarse que muchos hallazgos fortuitos, al medicalizarse, generan problemas debido a los fármacos o a la magra comunicación entre los médicos: la sobre prescripción es frecuente. Tampoco debe obviarse, a pesar del inmenso avance de la medicina, la historia natural de algunos padecimientos: no siempre se conoce cómo se comportará la enfermedad y en ocasiones las anomalías detectadas en los exámenes pueden existir años atrás y no ser perjudiciales.
El escenario previo se complicará más conforme avance la medicina y la genómica sea parte de la misma consulta —genómica: campo de la biología molecular dedicada a estudiar la estructura, función, evolución y mapeo de los genes y de sus posibles modificaciones—. La medicina genómica ofrece muchas utilidades, sobre todo tratar embriones enfermos; sin embargo, su mal uso puede abrir la puerta al demonio de la eugenesia, i.e., ciencia dedicada a mejorar los rasgos hereditarios humanos mediante diversas formas de intervención genética.
Repensar el ejercicio de la medicina es necesario. Deben hacerlo médicos y pacientes. Son muchas las preguntas e incontables las respuestas. El galeno tiene la obligación de individualizar al enfermo y éste saber quién es su doctor.