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Opinión

Socialismo primitivo

En mi precoz formación cultural socialista, una de las primeras categorías que aprendí fue la de “Comunismo Primitivo” que, según los textos de entonces, era el estatus social vigente cuando la humanidad daba sus primeros pasos y se desconocían el dinero, los liderazgos, la política y el poder.

Cuentan, que en 1867, cuando Karl Marx concluyó el primer tomo de su obra El Capital, su amigo, Frederich Engels, le sugirió escribir una versión popular. Marx respondió: “Nadie mejor que tú para hacerlo…” Así nació: Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico.

Aunque la obra forma parte de sustratos culturales que, aunque aprecio, casi había olvidado hasta ahora cuando me percato que, tras el colapso del socialismo real, el proyecto soviético, totalmente trascendido, forma una especie de “socialismo primitivo” que hubiera requerido una transición, no tanto regresiva que catapultara a aquellas sociedades no al capitalismo como ocurrió, sino a un socialismo contemporáneo.

Aunque a debutantes y conversos se nos enseñó que, a diferencia del capitalismo surgido espontáneamente y donde predominaba la anarquía, el socialismo, cuya construcción se inició con el triunfo de los bolcheviques, se realizaba a partir de un plan, lo cual era falso. Nunca hubo tal plan, sino una improvisación, aunque heroica, idealista y creadora, errática y requerida de reformas que nunca llegaron.

Una peculiaridad de las sociedades que adoptaron la matriz soviética para construir el socialismo, fi gura el predominio del Estado, la excesiva centralización del poder y una preponderancia de la burocracia política que prevaleció, no sólo respecto a la economía sino a la vida social en su conjunto.

En aquellos países, no solo era estatal la economía sino toda la actividad social, la gestión asociada a la misma y la administración de la cosa pública. Si bien el Estado recibía allí todos los lucros de la economía que, debido a una ineficiencia estructural endémica, eran pocos, también asumía todos los gastos y todos los costos.

A esa problemática se sumó el carácter asistencial del Estado que, mediante políticas sociales, proveía gratuitamente servicios de educación y salud, deporte y prácticamente toda la actividad cultural, las ediciones de libros y revisas, la producción y la exhibición cinematográfica, así como la recreación, subsidiando además los precios de los artículos de primera necesidad y los servicios públicos: agua electricidad, gas, viales. Todo ello complementado con generosos planes de seguridad social.

El socialismo, en cuya construcción Cuba conserva rasgos primitivos, no porque se inspire en las ideas de Marx que son antiguas sin por ello ser obsoletas, ni porque defienda sus políticas sociales, sino porque se basa en ideas entronizadas desde el modelo soviético cuya inviabilidad no es necesario probar porque, tanto la remisión del sistema político y del entorno económico implantados en la URSS y Europa Oriental, como los éxitos de China y Vietnam se han encargado de hacerlo.

Si bien el modelo socialista primitivo es inviable, no lo sería una versión democrática que dé continuidad a las mejores aspiraciones y arroje el lastre de dogmas y malas prácticas y formule una estrategia que resuelva los déficits de democracia, realizables por un Estado socialista de derecho. Para ello se requiere de reformas integrales y profundas, multilaterales y sobre todo urgentes.

El presidente cubano Miguel Díaz-Canel lo sabe. Se requiere avanzar en la construcción de un modelo de sociedad de justicia social y estado de derecho, el cual ha de ser sustentable por sí mismo, para lo cual, además de económicamente eficaz, necesita ser inequívocamente democrático y moderno. Para lograrlo no se requiere magia, sino flexibilidad, tolerancia y sentido de la dialéctica.

 

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