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Opinión

Los idus de entonces

La idea del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de avanzar en la integración regional, no como un proyecto contra Estados Unidos sino con ellos, tiene dos antecedentes; uno, es el Tratado de Libre Comercio de Norte América (TLCAN) y, el otro, pudo haber sido el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). En ambos casos la iniciativa ha sido estadounidense.

El TLCAN se negoció a partir de 1991, se firmó en 1998 y entró en vigor en 1994, operando hasta hoy, contribuyendo al impresionante crecimiento de la producción industrial y las exportaciones de México y su sintonía con la economía global. En materia de integración constituye la más sobresaliente innovación económica en la región, lo cual puede hacer pensar a Obrador que, aquello que conviene a Estados Unidos y es bueno México, pudiera serlo también para el resto de las economías latinoamericanas.

Aquel mismo año (1994), Estados Unidos trató de extender la experiencia del TLCAN a toda América Latina para lo cual sometió la idea a la Primera Cumbre de las Américas, realizada en Miami con la presencia de 33 jefes de gobierno (todos menos Cuba). El proyecto, con profundos acentos neoliberales, fue adoptado con la meta de aplicarlo en 2005.

No obstante, las dudas y la oposición de varios países prolongaron su puesta en marcha, el impasse se dilató por diez años hasta que, en 2005, durante la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata, se enfrentaron los partidarios y opositores al ALCA liderados, respectivamente, por los presidentes George W. Bush, de un lado, y Luis Inacio Lula da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez, que lograron la definitiva exclusión del ALCA de la agenda política continental. El resultado formó parte de un paradójico y singular proceso político.

El siglo XX se despidió con el colapso del socialismo real, incluida la Unión Soviética, mientras los inicios del XXI marcaron el debut de una nueva izquierda latinoamericana cuyos representantes, usando los mecanismos de la política tradicional, con el voto de los sectores populares, alcanzaron el poder y gobernaron una docena de países, renovando el discurso progresista y, con acentos socialistas, relanzaron el discurso integracionista de matriz bolivariana.

Tales fortalezas operaron como mecanismos de presión para, además de paralizar el ALCA, obligar a la OEA a anular la resolución por la que, en 1962, expulsó a Cuba, y para que en 2015 el presidente Raúl Castro participara en la VII Cumbre de las Américas en Panamá, influyendo en el ambiente que condujo al inicio de la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y la Isla. El movimiento fue favorecido por la gestión del presidente Barack Obama, que realizó una lectura realista y honesta de la coyuntura y fue consecuente.

Nunca se sabrá cómo hubiera sido si la capacidad de presión que paralizó el ALCA se hubiera orientado a la inclusión de Cuba, como ocurrió con la OEA y las Conferencias de las Américas, lo cual hubiera resultado mortal para el bloqueo de Estados Unidos a la Isla.

Lo que está por ver es hasta dónde puede llegar la sugerencia del presidente Obrador que, por cierto, en otros momentos ha sido acariciada por los Estados Unidos. Tal vez tenga razón el expresidente Ecuador Rafael Correa y se asista a un cambio de época. La nostalgia por los idus de entonces puede alimentar el optimismo para aquellos que están por venir. ¡Ojalá!

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