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Opinión

Receta para crear

De entre las muchas cosas que me intrigan, hay una relacionada con la creación que aún hoy, luego de haber escrito tantos libros de literatura, no consigo explicármela bien a bien: ¿cómo ocurre el proceso que conduce a la novedad? Hay tres palabras que se refieren a este asunto: “crear,” “inventar” y “descubrir”. La primera implica la operación radical de extraer de la nada lo creado, ex nihilo se decía en latín: no estaba de ninguna manera y luego está. “Inventar” significa literalmente hacer venir. Sí lo que viene no estaba sería equivalente a crear; si lo que viene, en cambio, simplemente estaba oculto, entonces inventar sería descubrir, desvelar, destapar: poner al descubierto una combinación desconocida o echar afuera algo que estaba contenido. El ajedrez, según esto, sería una creación: las reglas que lo rigen, la definición del tablero y las piezas, el juego que se da entre sus no estaba antes de que su autor lo concibiera; en cambio, las prácticamente infinitas jugadas serían no una creación, sino un descubrimiento, pues todas ellas, por muy complicadas o por mucho talento que exija hallarlas están, no obstante, implicadas en las posibilidades del juego, son una combinatoria posible.

No podemos decir lo mismo de la literatura, pues aunque el escritor, como el ajedrecista, juegue con el lenguaje y este tenga sus reglas, la gran diferencia es que el escritor no solo combina las palabras que existen en el diccionario de acuerdo con unas reglas fijas, sino que revoluciona las reglas, desborda el lenguaje y hace aparecer nuevos significados, mientras que el ajedrecista se atiene a las piezas estipuladas (no puede tener más de 16 piezas) y si viola las reglas des sus movimientos rompe el juego. En la literatura, y en general en el arte, el juego consiste precisamente en romper las reglas; es por ello el territorio más propicio para la creación. Pero no sólo, pues en la historia de la cultura hay más elementos que los exclusivamente artísticos. Asomémonos a la técnica; veamos de cerca una de las primeras creaciones, la más sencilla: el hacha. Posee básicamente tres partes: mango, cabeza y filo. Los tres elementos, es muy probable que hayan estado en la naturaleza: un palo y una piedra afilada. Esos elementos inertes, que de segura estaban ahí a la mano, sólo se volvieron hacha cuando alguien los integró y asestó el primer golpe. Existían las partes pero no existía la forma y el sentido que convirtió al palo y a la piedra afilada en hacha: el hacha es una creación tan excelsa como lo es cualquiera de los poemas metafísicos de Quevedo. Esa primer hacha estableció la familia de hachas que va, ahí sí, como los juegos del ajedrez, combinando y recombinando, una y mil jugadas, una y mil cabezas y filos y mangos, pues las eficaces hachas modernas no son sino des-cubrimientos del hacha primera que ella sí fue creación en sentido estricto.

Creador es quien pone en el mundo una forma nueva, descubridor, quien perfecciona esa forma, quien va sacando las posibles combinaciones que esa forma contiene, los descubridores son, en general, los ajedrecistas del hacha. De estos dos: creadores y descubridores, me interesa el primero, ¿cómo hace el creador para generar una nueva forma? Si uno piensa mucho, como el ajedrecista, encuentra una combinación que estaba implícita, descubre. En cambio, sí uno pensando mucho o no pensando en nada, pero es capaz de ver otra forma, un sentido que ni siquiera estaba buscando, entonces crea. A esto se le ha llamado serendipia, aunque yo prefiero llamarlo chiripada. ¿Cómo poder ver una forma que no estaba, un sentido que no había, cuando, precisamente uno anda cegado por estar buscando una cosa que no halla? ¿Cómo encontrar lo otro, lo nuevo?, pues así, no cegándose por lo buscado, sino asombrándose ante lo que aparece cuando no aparece lo que uno anda buscando. Ser capaz de ver en el aparente fracaso el hallazgo que ese fracaso oculta y muestra a la vez.

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