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Opinión

Exgobernadores, sucesión y AMLO

El nombramiento de Quirino Ordaz para servir en la Embajada de España tuvo muchas reacciones en el mundillo político, en el académico y en el de la administración pública. La interpretación dependió de dónde estaban parados quienes aventuraban una lectura. Los radicales opositores del Presidente quisieron vincularlo con un “pago de favores” porque, según ellos, fue el enlace de Andrés Manuel López Obrador “con el Cártel de Sinaloa”. Otros dijeron que el mandatario intentaba dinamitar al PRI y al PAN por dentro, trayéndose a uno de ellos antes del 2024. Unos más señalaron que era una “lección para Marcelo Ebrard” (y en eso me voy a entretener más adelante) porque decidió “sin consultarle”. Y hay quien incluso vio en Quirino un “puente para hablar con Enrique Peña Nieto”. Ja.

Unos más dijeron que simple y llanamente fue una decisión basada en la relación que se tejió entre ambos. Yo creo que va por allí, y no sólo por eso. Los biógrafos de López Obrador –e incluso sus enemigos– coinciden en que sus movimientos suelen estar pensados para años más adelante; pero también saben que, muchas veces, el mandatario actúa tomando en cuenta evaluaciones más sencillas.

Creo que el Presidente quiere ofrecerle seguridad al mazatleco y a su familia porque sabe de los riesgos que vienen después de gobernar Sinaloa. Eso influyó, y que es uno de los políticos mexicanos mejor evaluados. Creo. Pero también creo que la cercanía entre ambos, que facilitó la coordinación con el Gobierno federal, fue lo que pesó más. Esa actitud de Quirino siempre fue agradecida por López Obrador. Y cuando termine su tarea en octubre, seguramente Quirino cambiará de residencia a Madrid.

Retomo el tema “lección para Ebrard”. Hace muy poco le pregunté a una fuente cercana qué tanto le ocupaba (y preocupaba) al Presidente la sucesión como para intentar “regularla” o “administrarla”. Me respondió esto: cero. No le preocupa lo que se está moviendo afuera o lo que se mueve frente él o junto a él. No se confunda lo anterior, me dijo, con que no se da cuenta lo que está pasando. Se da cuenta, y prevé cosas. Pero la sucesión no está en su agenda en estos momentos.

“Le preocupa lo que tiene que entregar”, me dijo, en referencia a que está ocupado en que salgan bien las tareas prioritarias de su Gobierno; lo que ofreció y lo que está en proceso. En concreto, quiere ver cuando se inyecten los primeros barriles de petróleo a Dos Bocas; quiere tomar varias veces el Tren Maya, ida y vuelta, siendo Presidente. Y empujar lo demás que trae entre manos y que considera primordial. Quiere anunciar, por ejemplo, una baja significativa en homicidios y quiere sus tres reformas, aunque ningún Presidente las saca en su segundo trienio: dejarle la Guardia Nacional a la Sedena, poner a CFE encima de cualquier empresa privada y dejar nuevos cuerpos electorales que sustituyan al actual INE y al Tribunal Electoral.

Después de la especulación con Quirino vino la invitación al Gobernador saliente de Nayarit, Antonio Echevarría García. Es un panista. “Ha sido tan bueno el trabajo de Toño que estoy pensando –nada más quiero que me den tiempo porque me empiezan a presionar, con razón, porque es el trabajo de un buen periodista, ‘¿en dónde?–, porque voy a invitarlo a que nos siga ayudando en el Gobierno federal…”. El llamado a Echevarría para servir en el Gobierno federal tuvo muchas reacciones en los mundillos político, académico y en administración pública. ¿La mayor cualidad del Gobernador de Nayarit? Que la cercanía facilitó la coordinación con el Gobierno federal y, por ende, el trabajo del Presidente. Así de simple.

El mensaje, entonces, es que hay de gobernadores a gobernadores o, mejor dicho, de actitudes a actitudes: están los que estorban para hacer el trabajo y prefieren la politiquería partidista (Diego Sinhue, Cabeza de Vaca o Silvano Aureoles, por ejemplo). Y están los que le ayudan a cumplir con la agenda que se ha propuesto. Quiere mandar ese mensaje y lo quiere mandar bien y lejos. Que nadie se asombre si, enseguida, pone en turno a Héctor Astudillo para el Gobierno federal.

“¿La sucesión?”, me dijo esa fuente cercana. “No anda en eso en este momento. Está a mil dedicado a para sacar todo lo que prometió. Y le quedan tres años”. Y para eso, que los gobernadores del partido que sean le ayuden es primordial. Quiere cumplir con la agenda propuesta, y de eso nadie le puede culpar. Quiere que le ayuden los gobernadores y no está mal. Quiere que se sepa que hay una diferencia entre los que son un estorbo y los que son una ayuda. Y los que no ayudan no merecen su atención. Independientemente del partido. Y allí está, por ejemplo, Miguel Barbosa. Es de Morena. Y lo hizo a un lado porque más que ayuda, estorbaba con tantas puntadas, tantas irresponsabilidades; incluso por lengua suelta. Y lo ha mantenido lejos, al menos hasta ahora.

Quizás sea lo mejor que el Presidente de México no se meta en la sucesión. Veremos más adelante lo que conviene. Pero definitivamente nadie debería criticarlo por querer cumplir con la agenda que se propuso. Tiene muchas otras que se le pueden criticar, por supuesto; faltaba más. Pero no esa. Y por allí, creo, va López Obrador. Está clavado en entregar cuentas porque, al fin y al cabo, cumplirle a los mexicanos es la mejor manera de influir en la sucesión. No necesita hacerlo directamente. O al menos eso me dicen, y eso deduzco.

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