Para celebrar un aniversario más del inicio de la guerra de Independencia, el sino del escorpión lo llevó a revisar el papel jugado por la prensa en aquel levantamiento, pues justo ante tal acontecimiento es cuando aparece, por primera vez en la historia de nuestro periodismo, la prensa de combate, divulgadora de ideas políticas, panfletos, partes de guerra, proclamas y llamados a la insurrección.
Años de agitación durante los cuales se editaron decenas de periódicos, varios de ellos efímeros y provisorios, surgidos en poblados hasta donde los alzados acarreaban la tinta, los tipos y las planchas de impresión para editar unos cuantos números apresurados, antes de salir corriendo a la batalla o huir fuera del alcance de les ejércitos realistas. En El periodismo en México: 500 años de historia (1995), la maestra María del Carmen Ruiz Castañeda escribió: “los insurgentes concedían más valor a los periódicos que a sus ‘bocas de fuego’”.
En noviembre de 1810, a escasos dos meses del alzamiento en Dolores, las tropas encabezadas por Hidalgo llegaron a Guadalajara y establecieron ahí el Gobierno. Urgía dar a conocer de inmediato las órdenes, decretos y disposiciones insurgentes a través de alguna publicación. Hidalgo encargó la tarea al doctor Francisco Severo Maldonado y al religioso José Ángel de la Sierra, quienes crearon El Despertador Americano, primer diario insurgente editado el 20 de diciembre de 1810 y donde Maldonado llamó a Hidalgo “el nuevo Washington”. Paradójicamente, cuando los realistas, encabezados por el temible general Félix María Calleja, retomaron Guadalajara, ambos editores se retractaron de sus escritos para ser indultados por los militares. De la Sierra volvió al retiro religioso mientras Maldonado pudo reintegrarse, tiempo después, al movimiento independentista junto a Iturbide.
La maestra Castañeda destaca la probable participación en la edición de ese diario de Ignacio López Rayón, en su carácter de director intelectual del movimiento insurgente y personaje cercano a Hidalgo. En estos años de guerra, en particular hasta el fusilamiento de Morelos en diciembre de 1815, proliferaron los pequeños diarios, libelos y hojas informativas, pero también varios periódicos de gran alcance.
El crítico y estudioso Emmanuel Carballo destaca en la capital del país al Diario de México, fundado antes a la revuelta, en 1804, por Carlos María de Bustamante, pero impulsor desde entonces de la retórica nacionalista de la Independencia. “Sometido a la censura eclesiástica y civil el Diario fue prudente ante la insurgencia, pero redactores inteligentes como Juan Wenceslao Barquera tocaron temas patrióticos relativos a la formación de una conciencia nacional”, escribió el poeta Luis G. Urbina. Son igualmente notables los ocho diarios fundados entre 1812 y 1827 por el muy popular escritor José Joaquín Fernández de Lizardi, entre ellos El Pensador Mexicano.
Para hacer más intrincada esta aventura, en su detallada investigación El periodismo durante la guerra de Independencia (1985), Carballo recupera el papel jugado por el grupo “Los Guadalupes”, facción clandestina de insurgentes encargada de la difusión del movimiento y de hacer llegar a los alzados correspondencia, periódicos, libros, la Constitución de Cádiz, tipos para la imprenta e incluso impresoras.
En provincia sobresalieron otros diarios independentistas, como los publicados en Mérida por Lorenzo de Zavala: El Redactor Meridiano (1813) y El Misceláneo (1813-1814); posteriormente, José Matías
Quintana publicó El Yucateco o El Amigo del Pueblo (1821-1830). En Chilpancingo se publicaron La Avispa y El Despertador Americano (1821), y en el estado de Puebla destacó La Abeja Poblana (1820).
Carballo antologa además artículos de la “guerra informativa” entre la prensa insurgente y la prensa realista (virreinal y monárquica), encabezada por la Gaceta del Gobierno de México (1810-1821), El Telégrafo de Guadalajara (1811-1812) y El Mentor de la Nueva Galicia (1812-1814), diarios donde se reclama “en tono vengativo e injurioso” la violencia insurgente, el saqueo y la “revuelta asesina”.
Esta apasionante épica bélico-periodística fue cruzada por un eje determinante: la Ley de Imprenta y la censura. Dicha ley, surgida de la Constitución de Cádiz de 1812, llegó a la Nueva España en octubre de ese año a través de un bando público. Difícil de aplicar por el autoritario Gobierno virreinal, la ley tuvo dos resultados inmediatos: los calabozos de Ulúa para varios periodistas y la publicación de “innumerables papeluchos indecentes que dejaban mal parada a la literatura mexicana” (se queja Bustamante). Apenas 66 días duró vigente esta ley antes de ser derogada, aunque fue repuesta ocho años después, en 1820.
Para finalizar, el escorpión recupera a varios de los protagonistas de esta aventura, quienes gestaron parte del mejor periodismo político y literario del combativo primer tercio del XIX mexicano: Andrés Quintana Roo, Ignacio López Rayón, Carlos María de Bustamante, Prisciliano Sánchez, José Joaquín Fernández de Lizardi, Juan Wenceslao Barquera, José María Cos, Juan Nepomuceno Troncoso y José María Liceaga.