Me llenó de satisfacción que los legisladores del PAN abrazaran las causas del presidente de Vox, Santiago Abascal, la semana pasada. Y no por un deseo insano de verlos avergonzarse de sí mismos, sino porque está bien que se quiten la careta y actúen con congruencia. Lilly Téllez ha llamado “trapo”, con menosprecio, al pañuelo que simboliza la lucha de las mujeres por decidir sobre su cuerpo, en un país en el que miles de mujeres pobres mueren o quedan dañadas de por vida por practicarse abortos ilegales. Julen Rementería, criado políticamente por Felipe Calderón y Miguel Ángel Yunes, es una fuente de noticias falsas y un balde de rencores; para él, por ejemplo, el apellido “López” es tan corriente que debe ser usado como adjetivo. Pero no quiero hablar de ellos, o solamente de ellos. Tampoco quisiera hablar de Vox, tumor putrefacto de la democracia española, que mama de las ubres del franquismo y del fascismo, y sueña con la sumisión de las mujeres y las “reconversiones” de los homosexuales; que quiere lejos a los migrantes, a los judíos, a los gitanos, a los indios, a los mestizos, a los negros, a los que llaman “inconversos” y para terminar pronto: que aborrece a los otros. A menos, claro, de que pueda usarlos como se usa una mula o un caballo. Vox, el que impulsa gobiernos católicos al servicio de dios (su dios católico es con minúscula para mí) y sueña con la Ciudad de Dios de Agustín de Hipona. El que aplaude a los gobernantes de mano dura, militaristas, porque los pueblos –incluso el propio– merecen ser sometidos antes que abrazados. Vox, que abreva de grupos de fanáticos ultraconservadores como El Yunque y proclama la supremacía de la España rica y blanca sobre el resto de las culturas insumisas, como la mexicana, que se atreve a usar la X de los indígenas y no la J que ellos dejaron. Y por eso llama Méjico al país, con jota, para que no olvide el hierro con el que le marcaron el muslo. Vox, el que pide eliminar servicios de salud gratuitos a los indocumentados en España. Vox, el que exige tratar como terroristas a los migrantes sin papeles. Vox, el que pide que el español se obligatorio y perseguir a quienes busquen autogobiernos y autonomías. Vox, el que impulsa la creación de un muro en Ceuta y Melilla, donde España colinda con África. Vox, el que pide derogar la Ley que castiga la violencia de género. Vox, el que pide cancelar los beneficios para las mujeres que buscan la interrupción del embarazo. Vox, el que impulsa las ayudas especiales para familias numerosas. Vox, el que intenta eliminar cualquier organismo que pueda interpretarse como “feminista”. Vox, el que está a favor de que las familias tengan armas. Vox, el que impulsa una Ley para proteger las corridas de toros. Vox, el que impulsa la cacería de animales salvajes. Por eso me llenó de satisfacción que los legisladores del PAN abrazaran públicamente el pensamiento de Vox. No piensan distinto. Claro que durante años pueden caminar junto a los demás, si fuera necesario, para ganar adeptos entre los más vulnerables, aunque los menosprecian. Son iguales a Vox y por eso lo abrazan. Tengo, sin embargo, algunas malas noticias para la mayoría de esos que acompañaron al presidente de Vox, tan contentos pero tan inocentes. Abascal podría considerar a algunos panistas como sus hermanos de armas, sí, pero no a todos. Abascal no daría una hija a los morenos que vi arengando a Vox, por ejemplo. Y no cabrían los que no son parte de la élite blanca y de preferencia españoles, para su desgracia. Se veían tan contentos junto a ese rubio de ojos claros pero tengo que advertirles, a esos panistas que se ven reflejados en Vox, que Vox no se ve reflejado en ellos. Y que si por alguna razón llegan a España como migrantes, porque la vida es difícil y a veces da muchas vueltas, no serían bienvenidos. Se veían tan animados, aplaudiéndole a ese hombre barbado, pero los aplausos no les quita el haber nacido en un país que, en los sueños colonialistas de Vox, sigue siendo uno conquistado por ellos al que le hicieron el favor de darle una lengua Occidental, aunque la lengua –todas las lenguas bellas– llegara cargada de malos hábitos. Lamento decirle a Lilly Téllez que en la “ciudad de dios” con la que sueña Vox ella tiene 10 hijos y se queda en casa con la boca cerrada. Lamento decirle a Alejandra “Wera” Reynoso (el “güera” se lo pone ella así, con W) que el tinte de su cabello no es suficiente para quedarse entre ellos. Lamento decirle a Jules Rementería que aunque llame a sus hijos Iker, Imanol y Bingen nacieron en un país conquistado, es decir, de “segunda mano”; e incluso tendría que tragarse su orgullo vasco porque Vox no cree en las autonomías: les marcarán el muslo con la bandera de España y ya: coño, deje de andar poniéndoles nombres tan poco integrados. Democracia, libertad, “anti comunismo”. Pfff. Esas son patrañas. Ni siquiera se han preocupado en actualizar sus consignas falsas con el fin de la Guerra Fría porque no les importa: son nacionalistas españoles, creen en Franco y en un dios católico-excluyente-y-ambicioso, en ese orden, y todos los demás, panistas arrimados, son carne de cañón: son un medio para su fin y ya. Está bien que se hayan abierto. Está bien que digan quiénes son, cómo piensan, qué los mueve. Porque van por el mundo hablando de “humanismo” y les garantizo que ni siquiera saben de dónde viene esa palabra que han prostituido. Me llenó de satisfacción que abrazaran las causas del presidente de Vox, Santiago Abascal. Pero les debo advertir que el presidente de Vox los abrazaría por pragmatismo y frente a las cámaras. Y al volver a casa se habrá bañado con loción porque por dentro –así es su ideología– los aborrece. Lamento decirles, señoras y señores panistas.