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Opinión

Ni Pedro el Grande ni Lenin; simplemente Putin

La Unión Soviética fue un diseño ruso, obra de Vladimir I. Lenin y no de Karl Marx. Nunca fue un proyecto nacional, sino mundial. Su cometido no se limitaba al bienestar de sus pueblos, sino que pretendía liquidar al capitalismo. La política exterior, necesariamente dual o ambigua al pretender a la vez, impulsar la revolución mundial y ejercer la coexistencia pacífica estatal, no nació antinorteamericana sino anticapitalista.

El presidente Vladimir Putin, que es ruso y políticamente más sofisticado que ningún líder anterior, excepto Lenin, ha trascendido el esquema anticapitalista soviético, para persistir en el empeño cultivado desde Pedro I el Grande. Probablemente, a Rusia no le interese liquidar a Estados Unidos ni al capitalismo, objetivos tan desmesurados como costosos, sino ser reconocida por ellos como un protagonista de la política mundial.

El desbarajuste en las relaciones internacionales no se debe tanto a las apetencias rusas (que existen) como a la deficiente lectura realizada por Estados Unidos que creyó ver en el colapso soviético una victoria del capitalismo cuando fue un revés del socialismo, de hecho una implosión.

En aquel “regalo de la providencia”, Estados Unidos vio una oportunidad para afianzar su hegemonía mundial, practicando el viejo estilo imperialista, lo cual choca no sólo con las proyecciones de Rusia sino con el perfil de otras potencias europeas que quieren ser parte preactivas y no apéndices de Estados Unidos. Eso explica por qué en la presente coyuntura crítica, Francia, Alemania y otros, oscilan entre los polos, tal como del otro bando hacen Ucrania, Europa Oriental y otros territorios exsoviéticos.

Putin se comporta como un líder mundial, menos mezquino y menos imperial que los dirigentes de Estados Unidos y listo para compartir la rectoría del mundo multipolar mediante un ejercicio “blando del poder”, doctrina que en otro momento crítico puso en el mismo bote a Joseph Stalin, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill, y de lo cual es muestra la doctrina del actual titular de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, que asume a Estados Unidos y a Occidente como “socios” aun cuando estén liados a cañonazos

El mundo multipolar de Putin es compatible con el enfoque pragmático, creador de la coalición antifascista, de la ONU y de los “Cinco Grandes”, ampliado paulatinamente, con la creación del G7 y el G20. A Putin no le interesa revivir a la Unión Soviética sino retomar el espíritu de Teherán, cosa que me recuerda el elitismo democrático al estilo de Ortega y Gasset. La democracia existe, pero es para ser ejercida por la élite que sabe lo que la masa quiere y necesita sin necesidad de consultarla.

Putin sabe que no puede ser Pedro el Grande y no quiere ser Lenin, le basta con ser él mismo.

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