Las guerras se terminan con la rendición de unos adversarios, como ocurrió con Alemania y Japón en la II Guerra Mundial, también mediante negociaciones que solucionan los problemas que las provocaron, como sucedió en Angola cuando, mediante conversaciones tripartitas (Angola-Sudáfrica-Cuba), con la mediación de Estados Unidos, se aseguró la independencia del país y se acordó el alto al fuego, la retirada de las fuerzas extranjeras, la aplicación de la Resolución 435 de Naciones Unidas para la Independencia de Namibia y surgieron premisas reales para el fin del apartheid.
Se conocen casos como los de Afganistán, donde los invasores, soviéticos y estadounidenses se retiraron o más exactamente fueron expulsados sin que mediaran negociaciones ni compromisos, y casos como el de la Guerra de Corea, donde se pactaron tablas y 70 años después no se ha reconocido un vencedor y ambos estados funcionan con precariedad bajo la fórmula de un armisticio. Antes de preguntarnos cómo terminará el actual conflicto en Ucrania, vale aclarar que Rusia no reconoce que libre allí una guerra, sino que gestiona una “Operación Militar Especial” en apoyo a las repúblicas de Donetsk y Lugansk reconocidas por ella.
La complejidad real de ese contencioso emana de la escala del conflicto, del que, con diferentes grados de protagonismo, son parte los 30 países de la OTAN, más Estados Unidos y Canadá que son miembros de la organización y Rusia. Del total de “beligerantes de facto”, cuatro (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Francia) son potencias nucleares y miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. La condición de miembros permanentes del Consejo de Seguridad de cuatro beligerantes que cuentan con “derecho de veto”, paraliza a Naciones Unidas, pues del mismo modo que Rusia no acepta ninguna condena o sanción, tampoco los países occidentales (Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) admiten nada que impugne a Ucrania o a cualquiera de ellos.
La ONU ha sido inmovilizada por sus propios instrumentos. Debido a esas y otras circunstancias, en este minuto, ninguno de los protagonistas: Rusia, Ucrania, OTAN y Estados Unidos manifiestan interés en negociaciones con enfoques viables que conlleven, primero a un alto al fuego y a negociaciones que conduzcan a la paz. Salvo que se esclarezcan los límites, no parecen sugerencias viables aquellas que proponen la rendición de uno de los beligerantes o la renuncia del otro a sus objetivos originales y a sus preocupaciones de seguridad; tampoco aquellas que sugieren el intercambio de territorios por paz con una obvia pérdida de soberanía.
Aunque miembros de la OTAN y por tanto comprometidos en el conflicto, Turquía y Francia, en las personas de sus mandatarios Recep Tayyip Erdogan y Emmanuel Macron, han realizado esfuerzos, hasta ahora fallidos, para enrutar gestiones de paz. En esa línea, ayer, 16 de junio, los mandatarios de Francia, Alemania, Italia y Rumanía, Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Mario Draghi y Klaus Iohannis, viajaron en tren a Kiev para reiterar su apoyo a Ucrania.
Cuando redacto estas notas, Estados Unidos, el miembro más relevante de la OTAN y la “voz cantante” en el conflicto, ha convocado para Bruselas a 50 países con el fi n de examinar la situación y establecer nuevos compromisos de aportes en armas más avanzadas que Ucrania demanda, entre otras cosas, para mejorar su correlación de fuerzas en los intensos combates que se libran en torno a las ciudades de Severodonetsk, Slovyansk, Kramatorsk y otras.
En este complejo entramado, una notable excepción es la discreta y firme posición de la República Popular China que, en su calidad de aliado estratégico de Rusia, sostiene con firmeza sus compromisos políticos, comerciales y de todo tipo y, consecuente con su condición de actor principal en la política global, no sólo se mantiene al margen del conflicto en Europa, sino que evita pronunciamientos que pueden enemistarla con Europa y los Estados Unidos.
Beijing escoge sus batallas. Incluso en sus relaciones con Vladimir Putin, el líder chino Xi Jinping, discreta y comedidamente, no pierde oportunidad para recomendar mesura y con las maneras más pertinentes, aconsejar que se den pasos en la búsqueda de soluciones negociadas. De hecho, China es la única gran potencia que evita ser parte del problema y trata de ser parte de la solución. Es exactamente lo que se necesita.