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Opinión

La OTAN ayer y mañana

La conclusión de la II Guerra Mundial significó para Europa el fin de la mayor tragedia experimentada por la humanidad, la cual mató a decenas de millones, arruinó la economía, destruyó parte del patrimonio edificado y desmanteló sus instituciones. Para Europa Occidental se trató de restablecer el sistema político liberal mientras que en Europa Oriental comenzó la difícil transición hacia gobiernos de inspiración socialista monitoreados desde la Unión Soviética.

A pesar de que ese curso había sido pactado por Franklin D. Roosevelt, Iosip Stalin y Winston Churchill, surgieron contradicciones que fueron ejes de la Guerra Fría presente en la posguerra hasta el colapso soviético. Cuando, como parte de las tensiones iniciales, en 1949 nació la OTAN, integrada por 12 países que, excepto Gran Bretaña eran militarmente nulos, Europa estaba en ruinas y compartía sus magros recursos y las ayudas del Plan Marshall con la reconstrucción y el rearme, mientras la Unión Soviética contaba con un ejército de tres millones de efectivos y había detonado su primera bomba atómica.

La proyección defensiva de la OTAN no fue una virtud, sino una actitud resignada. Entonces Stalin, que había negociado con Roosevelt y Churchill la incorporación de los territorios europeos a que aspiraba y la orientación política de los países de Europa Oriental, no estaba interesado en promover una guerra en Europa sino en reconstruir su país, consolidar las posiciones adquiridas, asentar a los gobiernos de Europa Oriental y permitir que la historia siguiera su curso, confiado en que el tiempo estaba a favor del socialismo. A quien le interesaba consolidar su liderazgo era a Estados Unidos, entre otras cosas porque al interior de las democracias liberales operaban fuerzas políticas diversas, incluidos socialdemócratas y comunistas radicalizados por la experiencia fascista, así como nacionalistas que, como Charles de Gaulle, podían escapar a su control.

Dwight Eisenhower, presidente de Estados Unidos hasta 1961, que había comandado los ejércitos aliados durante la guerra y luego dirigió la OTAN y que conoció la experiencia del desembarco aliado en Normandía, estimaba que una guerra convencional en Europa contra la URSS, que disponía de unas 80 divisiones, no era económicamente viable ni militarmente rentable.

Además, a diferencia de Estados Unidos, la Unión Soviética no necesitaba desembarcar en Europa porque sus tropas estaban allí. Esa apreciación llevó a Eisenhower a poner el acento en la esfera nuclear con el credo de que, sin ser utilizadas, las bombas atómicas significarían una “disuasión”, lo cual convino a la Unión Soviética que podía usar sus bombas y su poderío convencional para lo mismo y poner en marcha su apuesta por la coexistencia pacífica.

En realidad, la idea de expandir el comunismo, nunca se basó en la guerra. De estas realidades descritas esquemáticamente surgieron todas las estrategias de la Guerra Fría, temibles, aunque suficientemente flexibles para permitir lidiar con las crisis de Suez, Berlín y Cuba, absorber eventos como la Guerra de Corea, las negociaciones para el control de armas e impedir la proliferación nuclear y finalmente convivir con la pasividad soviética ante la disolución del campo socialista.

El colapso de la Unión Soviética anuló la posibilidad de guerra entre las potencias, según se creía para siempre, lo cual cambió las perspectivas estratégicas y creó premisas para una democratización de las relaciones internacionales con múltiples polos de poder, situación que la guerra en Ucrania ha modificado. La OTAN ha sumado 20 Estados y lo que fue la Unión Soviética se ha encogido en la misma proporción para convertirse en un solo país, mientras los contrapesos que significaron los Estados exsocialistas se corrieron hacia el lado opuesto.

El resto de la historia que comenzó con el sorpresivo inicio de una guerra en Europa, será contado de otra manera y bajo otras premisas. Difícilmente China se sume a alguna coalición y prefiera ser el fiel de la balanza, por lo pronto permanece atenta.

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