Estados Unidos acaba de perder dos oportunidades: asistir a Cuba y con una acción técnica y humanitaria, aumentar los créditos que tiene ante el pueblo cubano que no es antinorteamericano y como apunta el profesor Jesús Arboleya, “invadir la Isla” y atacar con sus buques, aviones y cañones cargados, no con proyectiles letales, sino con agentes extintores como agua, espuma, preparados químicos, y otras sustancias incombustibles y fumífugas.
Según trascendidos, voceros de la administración del presidente Joe Biden han informado que su aparente indiferencia estadounidense ante la catástrofe originada por el incendio en el puerto de supertanqueros en la provincia de Matanzas, se explica porque: “Cuba no ha hecho una petición de ayuda a Estados Unidos...”.
La afirmación parece cierta porque tampoco la Isla la hizo a ningún país en particular, sino que, como es usual, realizó una apelación general que Estados Unidos escuchó y respondió inmediatamente ofreciendo orientación técnica mediante conversaciones telefónicas que, según se conoce, el Gobierno y los especialistas cubanos han atendido y agradecido, sin pedir más de lo que ellos ofrecieron.
La respuesta de Estados Unidos y su disposición para asesorar a las autoridades y especialistas cubanos es más que nada, aunque menos de lo que muchos, yo entre ellos, esperaban y, no estaban al tanto de que hubiera que realizar una gestión específica ni utilizar un conducto reglamentario.
Obviamente, por razones que no son difíciles de adivinar, en el caso de Cuba, Estados Unidos no siguió un comportamiento estándar que es reaccionar ante los hechos sin que medien gestiones específicas, sino que parece haberse atenido a las particularidades de la situación bilateral, cooptada por las incidencias de un diferendo político que lo mediatiza todo, incluso las acciones humanitarias. No estoy seguro de que venga al caso, pero recuerdo que el 11/S, en los primeros momentos posteriores al atentado a las Torres Gemelas, cuando CNN tituló: “Estados Unidos bajo ataque”, un momento en el cual, para cientos de aviones los aeropuertos estadounidenses no eran seguros, Fidel Castro, sin que mediara solicitud alguna, ofreció los aeropuertos cubanos.
El hecho se repitió en el 2005 cuando el huracán Katrina azotó Nueva Orleans, momento en que Cuba reunió un contingente y lo ofreció listo para partir. En ningún caso la ayuda ofrecida fue aceptada, tampoco me consta que haya sido rechazada. En Cuba se estima que el gesto es lo que vale.
En mi entrenamiento como bombero voluntario, enseñaron un ABC que comenzaba por indicar que, ante un fuego, la eficacia de la extinción está condicionada por la rapidez con que se reaccione, lo cual puede evitar el incremento y la propagación de las llamas. Seguro en Estados Unidos conocen el protocolo.
No obstante, se ha aprendido la lección de que, en caso de incendio, para contar con la asistencia de Estados Unidos, es preciso realizar una solicitud, aunque no se ha aclarado si es necesario rellenar algún impreso específico. Al parecer se trata de un enfoque burocrático y/o politizado de la asistencia humanitaria.