Cuando concluya la guerra en Ucrania se habrá reiterado una lección: es más fácil, rentable y coherente con la condición humana, vivir en paz que hacer la guerra. De haber optado por la paz, Estados Unidos y la OTAN estarían preguntándose qué hacer con Rusia que, se fortalecía militarmente, avanzaba en la conquista del espacio y penetraba en Europa con su gas, su petróleo, su carbón, sus minerales, fertilizantes y maderas, creando vínculos económicos y difíciles de deshacer. La potencia Ex socialista era un factor cada vez más influyente en la política y la economía global.
Con las mercancías se propagaba por Europa la cultura rusa, triunfaban sus artistas, sus científicos y académicos alternaban con colegas de todo el mundo y sus deportistas eran laureados en cuanta competencia intervenían. Los inversionistas rusos eran bienvenidos y sus turistas paseaban por Europa y los Estados Unidos donde eran excelentes clientes.
Aunque en ese período, la OTAN persistía en sus políticas provocadoras, en Rusia no cayó ni una bengala y apenas se alteró la correlación mundial de fuerzas militares porque ello no depende de la OTAN. El poderío nuclear de Rusia no puede ser retado por ningún país, ni por todos juntos, excepto por Estados Unidos que no tiene interés en una guerra nuclear en la cual lo único seguro es la destrucción mutua.
Del mismo modo que el ingreso a la OTAN de 16 países ex socialistas y estados constituidos en territorios ex soviéticos y ex yugoslavos, apenas alteró la correlación mundial de fuerzas y tampoco lo hubiera hecho el ingreso de Ucrania que además ni siquiera era seguro. La invasión a Ucrania, un estado europeo que, a pesar de conflictos internos, disfrutaba de los atributos reconocidos por el derecho y la práctica internacional, creó un nuevo escenario en el cual se pasó de contradicciones políticas e intereses de seguridad, a la guerra.
Son hechos. También lo son que, una vez desencadenada una guerra a escala europea y con implicaciones globales, incluido el probable empleo de armas nucleares, la tarea más importante es detenerla. Un obstáculo para lograrlo es que los instrumentos para el mantenimiento de la paz como sería la aplicación del Capítulo VII de la Carta de la ONU que autoriza el uso de la fuerza, no es aplicable porque requiere el voto unánime de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, lo cual es imposible porque cuatro de ellos: Rusia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia son partes contrapuestas en proporción de tres contra uno.
Otros procederes importantes por su valor simbólico no funcionan. Durante el conflicto, el Secretario General, la Asamblea General, los órganos y funcionarios a cargo de los derechos humanos, el Tribunal de Justicia, la Corte Penal Internacional y otras agencias de Naciones Unidas, han realizado más de treinta eventos y gestiones sin alcanzar resultados.
Un recurso aplicado en otras ocasiones como pudiera ser la convocatoria de una Conferencia Internacional está descartado por la cantidad de países implicado, unos 40 (Rusia + Ucrania + 29 de la OTAN (entre ellos Estados Unidos) + Australia y Nueva Zelanda, Finlandia y Suecia, además de y otros apoyos como Japón y Corea del Sur.
A medida que pasan los meses, los combates se intensifican, empleando armas cada vez más avanzadas y letales, la OTAN y Estados Unidos se involucran más y las alusiones al probable empleo de las armas nucleares se reiteran, se hace evidente que lo único viable serían acciones políticas decisivas de los presidentes de Estados Unido y Rusia, pilares del actual orden internacional y principales actores del conflicto.
Apelar a los presidentes Biden y Putin y auspiciar la comunicación entre ellos para detener las acciones, congelar la situación en el punto en que se encuentra y pasar de la guerra al diálogo es la opción más viable. Será difícil, tomará tiempo, pero se puede. Antes los estadounidenses lo hicieron, entre otros, con norcoreanos, vietnamitas, incluso talibanes. Rusia no es inaccesible. La humanidad les agradecería.