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Opinión

¡México a la vista!

Los operadores económicos y políticos mexicanos se percataron a tiempo de las ventajas que significa su vecindad con Estados Unidos, su disponibilidad de materias primas y energía y su desarrollo industrial

Donald Trump es impresentable, pero en calidad de presidente de Estados Unidos, tenía derecho a aplicar políticas económicas, entre ellas la de promover el retorno a Estados Unidos fábricas, empresas y actividades que habían emigrado a otros países, entre ellos a China. El movimiento de grandes capitales estadounidenses, europeos y japoneses y la emigración de empresas y actividades económicas y/o financieras a China, fue posible por los ajustes políticos asociados con la entronización de la política de una sola China (1971), la visita de Richard Nixon (1972), y las reformas impulsadas por Deng Xiaoping, a partir del 1978.

Esos procesos permitieron que, sin modificar las estructuras de poder, China transformara la inviable economía planificada, al estilo soviético, en una economía socialista de mercado, premisa para acceder a los circuitos económicos y comerciales internacionales, convirtiéndose en la segunda economía mundial.

Con el dinamismo con que opera el capitalismo, la economía mundial asimiló la mutación de China que, con ejemplar pragmatismo, no solo ofertó manufacturas baratas, sino oportunidades para que empresas transnacionales y estadounidenses se instalaran en China y fabricar allí artículos y componentes para ser consumidos o utilizados en occidente.

Para producir en la escala en que lo hace, China, importa energía, materias primas y alimentos para sustentar a miles de millones de personas que, con el aumento de los ingresos, accedieron al consumo. Las exportaciones a China se convirtieron en motor del crecimiento económico de numerosos países, entre ellos los latinoamericanos con costas al océano Pacífico. Así se originaron encadenamientos productivos a escala planetaria.

Ese movimiento que dinamizó la economía mundial tenía un talón de Aquiles: China está demasiado lejos de los Estados Unidos, hacia donde hay que trasladar las manufacturas, lo cual encarece el proceso y lo hace vulnerable a vaivenes políticos. Los operadores económicos y políticos mexicanos se percataron a tiempo de las ventajas que significa su vecindad con Estados Unidos, su disponibilidad de materias primas y energía y su desarrollo industrial, y en el 1990, pese a las enormes reservas de la izquierda retrógrada que, de oficio se opone a todo arreglo con ese país, suscribió con Estados Unidos y Canadá el Tratado de Libre Comercio, y en el 2018, lo renegoció para crear el T-MEC.

El Tratado sumó a México a una gigantesca zona de libre comercio, lo cual facilitó el acceso a grandes mercados, competitividad, eliminación de barreras comerciales, adquisición de tecnología y captación de grandes volúmenes de capital de inversión, todo lo cual lo convirtió en el segundo socio comercial de Estados Unidos. En el 2022, México exportó a Estados Unidos mercancías por valor de 326 mil millones de dólares, casi un millón de dólares por minuto. Peter S. Goodman, corresponsal de The New York Times que ha cubierto este megaproceso económico, ha explicado las complejidades asociadas a lo que llamó la “Gran Disrupción de la Cadena de Suministros...”, que se manifiesta, entre otras cosas, en el déficit de componentes para las industrias tecnológicas de Estados Unidos y su encarecimiento debido al cierre de fábricas y puertos en China, derivados de la política de cero COVID.

Al respecto, Elda Cantú, editora de NYT para América Latina, interrogó a Goodman sobre el proceso que se manifiesta con las empresas, fábricas y capitales estadounidenses que salen de China, pero no ingresan a Estados Unidos, sino que se instalan en México. La primera pregunta de Elda Cantú se refiere a una estrategia conocida como nearshoring (deslocalización cercana), mediante la cual empresas radicadas en Asía se trasladan a México para acercarse a los Estados Unidos y cobijarse en las ventajas de T-MEC.

Lo curioso, cuenta Goodman es que ahora no se trata sólo del “retorno de las empresas estadounidenses, sino también de entidades chinas que miran para México como oportunidad para participar en el mercado estadunidense...” Del megaproceso económico descrito, desplegado en las últimas décadas y que ha movido billones de dólares, propiciando gigantescas trasferencias tecnológicas y enormes ventajas para los países receptores, sólo Cuba fue absolutamente excluida. Ni un dólar, ni un tornillo alimentaron su maltrecha economía.

La exclusión de Cuba de prácticamente todos los procesos asociados a la globalización se explica por tres razones: (1) El bloqueo (embargo) de los Estados Unidos, que tiene un carácter total y transnacional. (2) La naturaleza del modelo económico vigente en la Isla, cuya matriz soviética, basada en la economía estatal centralmente planificada, con monopolio gubernamental del comercio interior y exterior, la banca y las finanzas, el acceso a las tecnologías y la inversión extranjera, impiden a la economía cubana embonar con ninguna otra.

La tercera condición se asocia a premisas ideológicas y a la mentalidad del liderazgo del país, que gobierna, rige toda la actividad social y opera la economía y es refractario a todo lo que huela a capitalismo, en primer lugar, al mercado, la propiedad privada y las libertades económicas. La persistencia del bloqueo (embargo), explicable 30 años atrás cuando la Isla formaba parte del bloque socialista, no tiene hoy ninguna justificación para Estados Unidos que, lejos de temer al fomento económico de la Isla, ganaría promocionándolo como lo comprendió Barack Obama.

Se trata también de una situación que el liderazgo cubano necesita resolver, lo cual no puede hacer en los marcos del esquema económico vigente, aplicando políticas que fracasaron en todos los países exsocialistas, incluida la Unión Soviética, ni haciendo las cosas de la misma manera. Cuba, con una privilegiada relación política con China y México, un desarrollo industrial medio, infraestructuras aceptables, élites profesionales altamente preparadas y abundante mano de obra calificada, debería maniobrar para tratar de insertarse en el “deslocalización cercana”.

En la cobertura de estos procesos realizadas durante años, Peter S. Goodman cuenta que: “...En algún momento conoció a un hombre llamado Raine Mahdi que en San Diego creó una empresa para ayudar a las compañías (que operan en China) a disponer de fábricas en México...” Si yo tuviera oportunidad o trabajara para el Ministerio de Inversión Extranjera, trataría de localizar a Mahdi para preguntarle si, a su juicio, habría alguna oportunidad para Cuba.

El problema es cómo pudiera Cuba intentar insertarse en la economía global. La respuesta puede ser tan sencilla como, hacer lo que hizo China. Allá fue Nixon y a Cuba llegó Obama. Tal vez haya que abstraerse, y hacer como que el interregno de Trump no existió, e intentar revivir el momento mágico y el espíritu que fomentaron Barack Obama y Raúl Castro, lo cual puede ser un buen comienzo. Algo de esto está sugiriendo el presidente mexicano Manuel López Obrador. ¿Cómo hacerlo? No tengo respuesta, excepto, dar el primer paso o como una vez se aconsejó: “Mover fichas”.

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