Opinión

La escopeta de Gustavo Petro

Gustavo Petro, ganó la presidencia con una propuesta de cambio hacia la conquista de la Paz Total y la construcción de un país inclusivo y equitativo

El presidente colombiano, Gustavo Petro, ganó la presidencia con una propuesta de cambio hacia la conquista de la Paz Total y una serie de reformas que tienen como propósito la construcción de un país inclusivo y equitativo.

Como el periodo presidencial es de cuatro años sin posibilidad de reelección, con comprensible afán el Presidente se propone reformar el sistema de salud, el de pensiones, el laboral y el minero, que comprende la exploración y explotación de hidrocarburos y minerales, a la vez que negocia el desarme del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y todos los grupos armados existentes, independientemente de su ideología, con distintas modalidades: negociación política con el ELN y sometimiento a la justicia para los demás.

Para la consecución de los recursos necesarios para ese propósito, presentó una reforma tributaria, altamente consensuada bajo la dirección del ministro de Hacienda, un profesional de ideología liberal de centro, exministro del Gobierno de Juan Manuel Santos y prestigioso académico en la Universidad de Columbia.

El Presidente es persona de convicciones, desea sinceramente lograr la paz, resarcir a las víctimas: las de la violencia y las de la situación de miseria y es un convencido de que la paz comprende también el respeto al medio ambiente. En su Gabinete dio cabida a antiguos adversarias como muestra del deseo de conformar un Gobierno incluyente y el país vio con complacencia ese paso.

Sin embargo, al parecer, su personalidad le juega malas pasadas aún a pesar de sí mismo y es entonces cuando, por ejemplo, termina sacando del Gobierno a su ministro de Educación, un académico prestigioso, liberal de centro, con lo cual se granjeó el rechazo de muchos que le habían dado su voto en la segunda vuelta de la elección presidencial, personas del centro político que en la primera vuelta estaban con el candidato de los verdes y que, sin estar de acuerdo totalmente con Petro, estaban dispuestas a apoyar sus apuestas progresistas.

Por si eso fuera poco, ahora vemos que el Presidente enfoca sus críticas al proceso de paz anterior, el que se firmó con las FARC, y concretamente contra el expresidente Santos, quien lo llevó a cabo y por lo cual recibió el Premio Nobel de la Paz. Desde luego que hay críticas válidas a ese acuerdo, pero como ya se ha hecho común decir, es preferible un mal acuerdo que una buena guerra.

El jefe del equipo negociador de ese entonces, exvicepresidente y senador Humberto de la Calle y el exalto comisionado para la paz, Sergio Jaramillo, quienes representaron al Gobierno en esa dura negociación, no son ajenos a los enfrentamientos actuales.

Las críticas públicas de Jaramillo al resultado de la segunda ronda de negociaciones con el ELN fueron inamistosas. Hubiera sido deseable que se reuniera en privado con los actuales negociadores y les planteara sus críticas fraternalmente y no que fuera tan pública y agresivamente contra ellos.

Puede haber pesado algo de soberbia del exalto funcionario, connotado intelectual, contra los actuales, que no tienen su relieve académico, sin que eso los haga incapaces de llevar a cabo su tarea, especialmente con un grupo tan difícil con demandas casi imposibles de satisfacer, como es el ELN.

Para zanjar las diferencias, se concertó una reunión en Cartagena entre el expresidente y Nobel de la Paz, Juan Manuel Santos, los equipos negociadores del proceso anterior y el actual, los excomandantes de las FARC, el jefe de la misión de verificación de la ONU, el Canciller y, por supuesto, el presidente Petro. Desafortunadamente Petro no llegó a la cita y el Canciller debió excusarlo diciendo que estaba reunido con el ministro de Defensa.

El expresidente Santos restó importancia al desaire, pero sí se quejó por la no asistencia del ministro de Defensa, diciendo que “es un papel que no se ve. Y sin seguridad la paz se vuelve nuevamente imposible”. La reunión logró acuerdos para desarrollar el de las FARC y lograr el actual de la Paz Total.

Pero luego de eso, el presidente Petro se fue, lanza en ristre, contra el expresidente y su pacto con las FARC diciendo que corresponde a una sociedad rural y se preguntó si el acuerdo se firmó con la intención de desarrollarlo o simplemente para desarmar a las FARC; aseguró que lo dejaron desfinanciado y que no hay dinero para indemnizar a las víctimas.

El jefe negociador de entonces, exvicepresidente De la Calle, le respondió enérgicamente; negó que todo se hubiera tratado de un engaño a las FARC para que firmaran, resaltó cómo la comunidad internacional intervino avalando cada punto acordado; señaló con tristeza que, hasta Irlanda, que alcanzó la paz con el Acuerdo del Viernes Santo, mirando el organismo de justicia transicional creado por el colombiano, dijeron que les daba envidia, que eso era lo que debían haber creado allá.

Y en el medio académico europeo se pone como ejemplo de tratados de paz a la Justicia Especial de Paz (JEP), producto de ese acuerdo. Lo más lastimoso de todo es que haya enfrentamientos entre quienes firmaron un Acuerdo de Paz exitoso y quien tiene la intención de hacerlo para alcanzar la Paz Total. No necesitamos enemigos para fracasar. Para eso nos bastamos solos.