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Opinión

Perdón o impunidad

El perdón y la indulgencia son atributos de las almas superiores que hacen prevalecer la bondad ante a la afrenta, mientras la impunidad que exime a culpables de faltas mayores, es un riesgo y un peligroso precedente.

Rusia heredó de la Unión Soviética el más poderoso dispositivo militar de Europa y segundo del mundo. El Ejército Rojo y su pléyade de mariscales y generales victoriosos frente a Napoleón Bonaparte y Adolf Hitler, se revolverían en sus tumbas ante la asociación de las Fuerzas Armadas de su país con la leva formada por el Grupo Wagner que, salvando enormes distancias, me recuerda al general Andréi Andréyevich Vlásov (1900-1946) y a su Ejército de Liberación de Rusia.

Vlásov, fue veterano de la Guerra Civil, militante del Partido Comunista desde los 30 años y asesor militar en China antes de la revolución de Mao Zedong. Durante la Guerra Patria brilló en los teatros de operaciones de Ucrania y Moscú. Jefe del 2° Ejército en la defensa de Leningrado, fue capturado. En poder de los nazis, traicionó y se convirtió en colaborador, sirviendo en la Wehrmacht (Fuerzas Armadas Unificadas de la Alemania nazi).

Antes se sumó al Movimiento de Liberación de Rusia creado por los nazis en Ucrania para acoger a esquiroles rusos y ucranianos. En Berlín fue presentado a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, con quien concibió la idea de crear un Gobierno provisional ruso y reclutar en los campos de prisioneros a soldados y oficiales rusos que, en número de millón y medio, sufrían cautiverio, alguno de los cuales, a cambio de la liberación, estarían dispuestos a servir a Alemania. Así nació el Ejército Ruso de Liberación (ROA, por sus siglas en ruso), del cual fue jefe.

Con la guerra perdida, Vlásov volvió a cambiar de bando, apoyando el Levantamiento de Praga en el 1945, antes del final de la batalla se entregó a las tropas estadounidenses que, lejos de protegerlo, lo enviaron a Moscú donde fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado.

En todas las sociedades, los militares son una de las corporaciones sociales más intransigentes frente a la desobediencia, contrarias a la rebelión y refractarias a la traición que, en tiempos de guerra suelen penalizar con la muerte.

Aunque el presidente Vladímir Putin no fue exactamente un militar, asombra la indulgencia mostrada luego del emotivo y radical mensaje con el cual denunció la sublevación del Grupo Wagner, especialmente su cabecilla, Yevgeny Prigozhin, y que, horas después cambió por el perdón, la acogida y el exilio.

A ello se suman movidas posteriores como la información de que Prigozhin llegó a Minsk, capital de Bielorrusia, en un avión privado y las dudas levantadas por informaciones atribuidas al presidente de aquel país, Alexander Lukashenko, acerca de que el cabecilla, sindicado como traidor y golpista, no se encuentra en Bielorrusia, sino que había regresado a Rusia.

Debido a sus tradiciones castrenses y a la consideración que la sociedad siente por el estamento militar, es probable que las estructuras de poder, las élites que las respaldan, especialmente el Alto Mando militar comenzado por los poderosos generales Sergei Shoigú, ministro de Defensa, y Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor -contra los que Prigozhin no ahorró diatribas-, no estén predispuestas al perdón que además supone impunidad.

En cualquier caso, la cabra tira al monte. ¡Cuidado! Un felón peligroso, con partidarios armados y contactos internacionales anda suelto. 

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