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La andadura China, particularmente en los últimos 50 años, explica su comportamiento en la arena internacional basado en el pragmatismo y la tolerancia

Sin exaltaciones ideológicas ni aspavientos retóricos, sencilla y naturalmente, como debe ser, China ha levantado un paradigma alternativo al pensamiento político occidental. Excepto en las nociones acerca del papel de mercado, cooptado por una fuerte intervención estatal, no hay en el gigante asiático concesiones mayores a los conceptos liberales.

En la historia moderna de China hay cuatro momentos decisivos: el fin del imperio y el establecimiento de la república en 1912. La proclamación de República Popular China en 1949. La ruptura con la Unión Soviética en 1960. La visita de Nixon en 1972 y la subsiguiente normalización de las relaciones con los Estados Unidos y las reformas iniciadas por Deng Xiaoping en 1977.

El despegue económico de China, su sostenida prosperidad y estabilidad política y paz social son de los fenómenos más significativos de los finales del siglo XX y del XXI, especialmente, la “última milla” comenzada hace unos 50 años cuando se juntaron la normalización de las relaciones con Estados Unidos y el inicio de las reformas.

Con la normalización de las relaciones con los Estados Unidos y la flexibilidad mostrada por la élite política china que no reparó en el color del gato, China solucionó problemas básicos al integrarse a la economía global, acceder a los mercados y la inversión extranjera y, eventualmente a las fuentes de internacionales de financiamiento. La experiencia de los países emergentes son la evidencia.

Las diferentes experiencias demuestran que, en Asia como en todas partes, los preconceptos y los dogmas, no sólo no ayudan, sino que estorban. Japón, Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán y otros países que han aplicado los conceptos y valores del liberalismo occidental han logrado éxitos análogos a los de China que tomó por otros caminos.

Al respecto, en lo que en otro tiempo sus aliados hubieran considerado una herejía incompatible con el marxismo-leninismo, en una expresión suprema del pragmatismo positivo, China ideó la fórmula de: “Un país dos sistemas” que le permitió recuperar la soberanía sobre Hong Kong y Macao y asumir como válidas las herramientas del mercado y la tolerancia liberal, sin por ello renegar de los objetivos supremos de sus políticas.

La andadura China, particularmente en los últimos 50 años, explica su comportamiento en la arena internacional basado en el pragmatismo y la tolerancia. Para China, salvo casos extremos, no prevalecen las fronteras ideológicas, su respeto a la soberanía nacional de los demás Estados es absoluto, incluyendo abstenerse de la crítica al tratamiento de sus asuntos internos y, salvo cuando no quedan alternativas, no se mezcla en querellas ajenas. Ninguna alianza y ningún credo la obliga a desestimar sus intereses nacionales.

Incluso ante situaciones nacionales tan complicadas y dilatadas como la confrontación política con compatriotas que apoyan y sostienen al Gobierno de Taiwán y el diferendo que respecto al status de la isla rebelde mantiene con Estados Unidos, han mantenido la proverbial ecuanimidad y moderación características de su ancestral cultura.

Obviamente, como todas las demás, China no es una sociedad perfecta ni su proyecto estratégico es químicamente puro y, en sus comportamientos se evidencias deudas, su desempeño, si bien no aporta recetas, evidencia que aún cuando el progreso y la felicidad son metas comunes de la humanidad, los caminos para alcanzarlas son diversos.

 

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