Desde las 6 de la mañana y hasta las 5 de la tarde o hasta que su cuerpo aguante, don Armando Cardeño Pérez sale todos los días a vender cubrebocas, recorriendo toda la ciudad en su silla de ruedas.
El sabe que por la pandemia del COVID-19 salir a la calle es “jugarse la vida”, pero no le gusta sentirse inútil, tampoco le gusta mendigar y por eso prefiere trabajar para ganarse el pan de cada día, pues como bien dice “la necesidad es más fuerte que la enfermedad”.
Tiende 48 años de edad, es originario de Oaxaca, pero llegó a vivir a Chetumal desde muy corta edad, cuando tenía menos de 10 años.
Perdió una pierna y la otra le quedó inservible a causa de un accidente doméstico, por lo que necesita silla de ruedas para poder andar, aunque su condición no ha sido impedimento para salir adelante y ganarse la vida de forma honrada.
“Yo prefiero trabajar que estar pidiendo dinero, así me educaron mis padres. Yo vivo solo, si tengo familia, pero cada quien está por su lado y a mí no me gusta estarles pidiendo, por eso salgo todos los días a vender para poder ganarme mis pesitos”, señaló don Armando.
Antes de la emergencia sanitaria don Armando vendía dulces en las escuelas, en el centro y demás lugares públicos de esta ciudad capital, pero se suspendieron las clases presenciales y la mayoría de la gente empezó a quedarse en casa, por lo que tuvo que ingeniárselas para no quedarse sin trabajo.
“Hace como 3 meses se me ocurrió empezar a vender cubrebocas, al final del día me quedo con 100 o 200 pesitos en la bolsa, que no es mucho pero por lo menos me alcanza para comer. Si me ven en la calle no les pido que me den dinero, solo pido que me compren un dulce o un cubrebocas que vendo a 15 pesitos”, nos dice don Armando mientras se aleja en su silla de ruedas.
CI