Por Yolanda Gutiérrez
Se mostró benévolo el clima con los turistas y locales que aprovecharon el domingo para disfrutar de las playas del destino, pese a que en algunos momentos el cielo se cubrió de ominosos nubarrones e inclusive se presentaron algunos ligeros chubascos que no fueron suficientes para inhibir a los bañistas.
Y mientras a principios del fin de semana no se encontró a muchos bañistas en el agua, debido a la fresca brisa y el fuerte oleaje, todo parece indicar que el resto del puente con motivo del carnaval las condiciones meteorológicas serán idóneas para que propios y extraños retocen entre las olas.
Uno de los balnearios públicos que registró mayor afluencia fue Gaviota Azul, pese a la fuerte erosión de sus arenales, en los que aparecen más y más rocas, inclusive en áreas en las que, después de los trabajos de recuperación de los arenales que se hicieron tras el paso del huracán “Wilma”, siempre habían permanecido enterradas bajo la arena.
Desde temprana hora comenzaron a aparecer los primeros bañistas, casi todos turistas y, cerca del mediodía, empezaron a apreciarse las primeras familias locales, que en su mayoría llegaban con todo lo necesario para disfrutar de unas horas en la playa.
Por lo general, los domingos son los días en los que la población de Cancún se apropia de los arenales e instala sus pertenencias donde buenamente puede; no obstante, con el puente motivado por el carnaval sin duda alguna serán muchos más los bañistas locales que se encuentren en los balnearios el lunes y martes.
Además, muchos locales llevan consigo sombrillas y otros implementos para disfrutar del mar con mayor comodidad, sin tener que pagar precios que oscilan entre los 200 y 300 pesos por una sombrilla y un par de camastros a los particulares que rentan este tipo de implementos.
Contrario a días anteriores, cuando apenas unas pocas personas retozaban entre las olas, bañistas de todas las edades chapoteaban en el mar, la mayoría muy cerca de la orilla, en tanto que otros, probablemente expertos nadadores, se alejaban más de la costa, siempre bajo la atenta mirada de los guardavidas que, a puro toque de silbato y usando sus brazos como señalamiento, indicaban a los bañistas que se alejaban demasiado los puntos seguros para disfrutar del agua sin riesgos.