“Sí existe, sí nos pasa. Somos tan vulnerables como las mujeres. Si hay casos de niñas que la propia familia esconde, con los hombres es peor, más vergonzoso por el machismo que hay. Yo no pude contarle a mi mamá; mi papá es homofóbico y si le hubiera dicho en su momento me hubiera tachado de homosexual”, es el testimonio de Andrés, como quiso ser llamado un hombre víctima de violación, durante muchos años. Su agresor, un tío, jamás pagó por lo que le hizo o al menos no de la manera que le hubiera gustado.
En el Estado, en los últimos dos años la Fiscalía General del Estado (FGE) ha recibido 82 denuncias de hombres ultrajados; entre ellos, menores de edad. Aunque el número de mujeres es superior, estos casos también se registran y pocas veces salen a la luz.
Andrés actualmente tiene 22 años de edad. Durante su adolescencia fue agredido sexualmente por un hermano de su papá, bajo amenazas e incluso cuando sus familiares estaban cerca. Los ultrajes se prolongaron durante cinco años, cuando aún no cumplía la mayoría de edad. El coraje que no sacó para denunciarlo, lo hizo para salir adelante por su propia cuenta; una pelea con su madre fue la excusa perfecta para que lo corrieran de su casa y, aunque no quería alejarse de su hogar, sabía que no había otra forma de detener las violaciones.
Han pasado cinco años desde la última vez que su tío se metió en su cama aprovechando que en casa todos dormían; todos, menos su víctima, quien noche tras noche, desde la edad de 12 años, le costaba conciliar el sueño temiendo que el hombre que una noche llegó en estado de ebriedad y comenzó a tocarlo de manera indebida, regresara.
Andrés culpaba al alcohol. Creía que su tío había hecho eso por estar borracho, pero en los siguientes días no lo estaba y simplemente lo atacó. Lo amenazó diciendo que si contaba algo a sus padres, le haría lo mismo a su hermanita. Andrés no quería que ella sintiera el dolor, el miedo y sobre todo, un cuerpo pesado y maloliente sobre ella, ya que así es como Andrés recuerda a su agresor. Tampoco quería que ella viviera por el resto de su vida con terror cada noche, cuando llegaba la hora de ir a dormir.
“Mi padre siempre dijo que yo era sumiso y amanerado, eso porque mi mamá me consentía. Soy noble y mi papá es todo lo contrario; un hombre muy grosero que no se gana el respeto de la gente. Le temen o simplemente nadie quiere escuchar sus peleas y por eso le permiten muchas cosas, como el criticar a la gente. Teníamos un vecino homosexual, de quien se refería de manera muy despectiva, por lo que si se llegaba a enterar de lo que mi tío me hacía, mi vida correría peligro, pues a ese vecino él lo quería ver muerto”, recordó.
Para Andrés ha sido muy difícil continuar con su vida. Si sus amigos hacen alguna broma pesada, él lo siente como una agresión en su contra y eso le genera ansiedad. El tener una relación sentimental con un mujer tampoco ha sido fácil, lo que su tío le hizo le creó desconfianza en la gente. Una temporada se refugió en el alcohol. Ha asistido a terapias psicológicas porque no quiere seguir teniendo pesadillas que perturban su sueño o arruinan su día.
En su casa nadie sabe lo que pasó o al menos no fue porque él lo contara, pero tampoco nunca nadie le preguntó por qué cambió su comportamiento, por qué dejó de sonreír todo el tiempo y de querer seguir viviendo. Un intento de suicidio hizo enojar tanto a su madre, que esa fue la salida, no de este mundo, sino de esa tortura. Ese enojo que le provocó ocasionó una pelea y sólo así pudo alejarse de su verdugo, quien hace un año perdió la vida de un infarto mientras dormía y, aunque no era la manera en que Andrés esperaba que pagara por el daño que de por vida le causó, le consuela saber que no habrá otra víctima.
CG