Quintana Roo

Pepenadores en Chetumal sobreviven a la crisis económica en Quintana Roo

Se ganan el sustento al laborar como pepenadores en el basurero de Chetumal para vender lo que obtengan y llevar comida a sus casa
Don José Ángel, rodeado de zopilotes en en basurero de Chetumal / Eric Castillo

Don José Ángel “R” se levanta al alba todos los días y se enfila, después de tomar café con su esposa, al basurero municipal de Chetumal, en donde una parvada de zopilotes le da la bienvenida y se prepara para iniciar con la búsqueda de la basura que le permitirá llevar la comida a su mesa.

No es un trabajo fácil, dice, nadie lo quiere porque es caminar en la inmundicia, aguantar la fetidez y ensuciarse de lo que menos pudiera llegar a pensar, pero es un trabajo del que no se puede avergonzar, “porque no estoy robando ni mendigando por las calles, ni tampoco lastimando a nadie”.

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Actualmente, existe un aproximado de 65 personas (de las cuales tan sólo 15 son mujeres) trabajando como pepenadores en el basurero municipal, quienes entre las 6 y las 7 de la mañana llegan todos los días, sin importar si es fin de semana, día festivo o miedo al COVID-19.

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“Tenemos que trabajar si no, no comemos”, porque en ese lugar todos los días son iguales, viendo con alegría cómo descargan los camiones del municipio la basura y apresurados se amontonan para empezar con la búsqueda de papel, plástico, aluminio y cartón, que son los materiales por los que mejor les paga la recicladora ubicada en la comunidad de Calderitas. “Antes éramos como 150, pero ahora con eso del COVID-19, ya varios han dejado de venir, pero yo creo que ya que pase regresarán”.

De acuerdo con el informe 2020, presentado por la Comisión Nacional de Evaluación de la política de Desarrollo Social (Coneval), en el 2018 el 27 por ciento de la población en el Estado de Quintana Roo vivía en estado de pobreza, es decir, 478 mil 800 personas; de esta cifra, alrededor de 59 mil 800 se encontraba en pobreza extrema. En ese mismo año, 70 mil 500 quintanarroenses fueron registrados como personas que no contaban con los ingresos suficientes para satisfacer sus necesidades básicas.

De no haber sido pepenador le hubiera gustado mucho ser ingeniero señala Ricardo “C”, quien de manera rápida dice que no le gustan las entrevistas porque no sabe hablar, pero gana al igual que José Ángel, un aproximado de 150 y 200 pesos diarios, lo que les permite llevar la comida a sus hogares en donde los esperan sus esposas y, en el caso de Ricardo, también sus dos hijos.

Por ello, el primero de mayo, Día del Trabajo, en nuestro país lo celebraran laborando entre montañas de basura, en donde de vez en cuando han encontrado objetos de valor, como anillos, pulseras y aretes de oro, así como dinero en servilletas de papel. “Yo una vez encontré un pulso (pulsera) y cuando mi esposa la llevó a vender le dieron tres mil pesos”, cuenta con alegría David, quien permanece atento a la plática, simulando recoger plástico cerca de nosotros.

El informe de Evaluación de la Política de Desarrollo Social 2018 para Quintana Roo señala que, como consecuencia de las crisis económicas y el alza inflacionaria anual, se ha impedido que se den mejoras permanentes en el bienestar económico y ha acentuado la desigualdad, lo cual tiene consecuencias negativas a diferentes escalas dentro de la sociedad.

Frente a la adversidad en la que trabaja dice disfrutar de la sombra bajo los improvisados tinglados que ellos mismos han levantado, mientras platican entre ellos de la familia o los amigos en común, porque pasan tantas horas juntos que es imposible no volverse amigos, aunque de vez en cuando se presentan los problemas, cuando alguno quiere pasarse de listo.

Es un ambiente rudo, no sólo por el sol o los fétidos olores que despide la basura, sino porque la mayoría de quienes pepenan todos los días son hombres, pero eso no amedrenta a Lucía, quien tiene más de 10 años trabajando en el lugar y es de las que más gana.

“Ella se lleva hasta sus 500 pesos diarios, no habla casi con nadie y no para, desde que llega hasta que se va”, nos dice Don José Ángel, mientras vemos a Lucía, con su bolsa amarrada a la cintura, sombrero de paja y pantalones viejos, agacharse para inspeccionar una nueva bolsa de basura.

Aun siendo uno de los trabajos menos deseados, para ellos es un pesar cuando se incendia la basura y se sale de control el fuego, ya que esos días no pueden laborar y deben de salir a pepenar por las calles, a chapear o lo que encuentren.

Recuerdan que el 2019 fue un año crítico, con cuatro incendios que les impidieron ingresar al lugar por varios días, ya que las llaman no podían ser controladas por los brigadistas, que día y noche las combatieron hasta lograr apagarlas.

Algunos de los que ahí laboran llevan más de 20 años trabajando, señalan que no sólo han tenido que sortear incendios, sino también las políticas del municipio, que en algún momento trató de imponerles la credencialización, así como la concesión del basurero a una empresa del norte del país que pretendió cobrarles el derecho a trabajar y condicionar la recolección de basura, así como de acaparadores que no quieren pagar un precio justo.

Juntos han realizado manifestaciones en el lugar, un intento de huelga en el 2014, así como de bloqueos de la entrada principal, todo con el objetivo de luchar por la libertad de trabajar en el lugar y no les sea condicionada o cerrada su principal fuente de ingresos.

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CG