Máximo Rodríguez Martínez tiene 46 años y llegó a Cancún hace apenas unos días. Aprendió el oficio de organillero por necesidad, ya que hace 16 años estaba desempleado, dando inicio a una tradición que parece estar desapareciendo.
Aunque comúnmente se piensa que el organillo es un instrumento mexicano, pocos saben que su origen es alemán. Esta caja de madera emite un sonido peculiar y llegó a México a finales del siglo XIX, convirtiéndose en una de las tradiciones más populares que ha perdurado, aunque cada vez son menos las personas que se dedican a este noble oficio.
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Máximo, proveniente del Estado de México, comenzó su labor en Chalco, Ixtapaluca, y ahora se encuentra en Cancún junto a su hijo. Afirma que no tuvo dificultades para aprender a tocar el organillo y demuestra conocimiento sobre su historia. Explica que en 1884 llegaron los primeros instrumentos a México y para 1912, ya se consideraba una tradición.
“Empezaron a grabar música de la Revolución Mexicana, y a partir de ahí quedó como una tradición. Puede reproducir ocho melodías, funciona con aire que se expulsa por los silbatos y los bajos. Quedan alrededor de 70 aparatos originales, y yo pago una renta diaria al dueño de 200 pesos. A veces no sale, sobre todo aquí, porque la gente no conoce el aparato”.
Indica que él y su hijo no se encuentran en un punto fijo, sino que se desplazan a distintos cruces para que automovilistas y peatones escuchen las melodías. A veces se dirigen a colonias específicas. Afirma no conocer a ningún otro organillero en Cancún. Destaca que los organilleros llevan un “changuito” (ahora de peluche) que antes era real y recibía las propinas. Respecto al uniforme, menciona que debe ser completamente caqui y llevar una gorra.
“Hace muchos años, para que el organillero pudiera trabajar en la calle lo uniformaron como en ese tiempo se vestía el ejército de los Dorados de Villa, durante el Porfiriato. Los organilleros se volvieron populares en las calles, ya que se rentaban para dar serenatas”.
Máximo trabaja junto con su hijo Julián, de 22 años, y señala que la tradición se está perdiendo poco a poco. Su organillo reproduce melodías como Mi cariñito, Cartas a Eufemia, Mi querido viejo, Amigo organillero, Volver, volver y Las mañanitas.
Aunque los organillos dejaron de fabricarse en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, el gran número de organilleros en México permitió que esta tradición sobreviviera, ya que es un oficio transmitido de generación en generación. En 1975 se formó la Unión de Organilleros de la República Mexicana, y en la década de los 90, el Gobierno de Ciudad de México impulsó un programa para preservar esta tradición en el Centro Histórico. Sin embargo, es una profesión que ha disminuido con el paso de los años.
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