La noche del 19 de octubre del 2005, el gobierno de Vicente Fox declaró Alerta Roja en la Península de Yucatán: Wilma era apenas un huracán categoría 1 y para ese momento se habían suspendido las clases y se pidió a la población encontrar un refugio tierra adentro.
También se recomendó a los turistas regresar a sus lugares de origen o viajar al interior del país. Se evacuó a 50 mil visitantes y 70 mil personas fueron desalojadas de las costas de Quintana Roo y Yucatán.
El 21 de octubre, Wilma tocó tierra con vientos de 280 kilómetros por hora, había evolucionado a categoría 5 en 24 horas, pero pegó como categoría 4.
El meteoro dejó cuatro muertos en México, un millón de damnificados y pérdidas económicas por 30 mil millones de pesos. Se mantuvo en la Península de Yucatán durante 63 horas de afectación continua
“Las medidas preventivas y reactivas ante la emergencia lograron que no se registraran decesos atribuibles al fenómeno en Quintana Roo y Yucatán, tampoco efectos graves en las condiciones de salud de la población”, aseguró en su página el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred).
A 48 horas de que Wilma tocara tierra ya se reportaban lluvias intensas en la península y graves daños en las islas del Caribe. Se ordenó evacuar a toda la población de Isla Mujeres, Holbox, Isla Contoy y la Costa Maya.
El entonces gobernador Félix González anunció la declaratoria de Alerta Roja para todo el estado, aunque el mayor riesgo era para la Zona Norte, después de haber sido desmentido en programa nacional que el huracán se desviaría y no tocaría a Cancún.
En tanto, el entonces presidente municipal de Benito Juárez (Cancún), Francisco Alor Quesada enfrentó desafíos notables, como la gestión post-huracán, donde su demora injustificada en solicitar apoyo militar ante saqueos generó críticas.
Al presidente de México, al gobernador y al alcalde se les fotografió recorriendo las zonas devastadas, pero trepados en un vehículo militar, mientras la gente caminaba entre agua y devastación, lo que también fue reprobado por los mexicanos.
Tras días de lluvias llegaron los saqueos
Otro de los rituales previos al arribo del huracán fue el de las compras de pánico. A escasas horas de que tocara tierra los anaqueles de productos enlatados, agua embotellada y pan de caja quedaron vacíos. Lo mismo pasó en las gasolineras.
El Ejército se instaló con anticipación e implementó formalmente el Plan DN-III para atender la emergencia que se venía. También arribaron 80 elementos de la Cruz Roja Mexicana para apoyar a la delegación Quintana Roo.
Las inundaciones resultantes y la destrucción de infraestructuras esenciales generaron una crisis humanitaria. La respuesta de emergencia incluyó la movilización de recursos nacionales e internacionales para brindar asistencia a las comunidades afectadas.
Aprovechando el desorden, decenas de supermercados fueron desvalijados. Los asaltantes robaron desde productos de primera necesidad hasta artículos de lujo como motos de agua, televisiones de plasma, refrigeradores y lavadoras, entre otros.
En las colonias se formaron “autodefensas”, pues los ciudadanos se organizaron para rodear sus cuadras con hogueras y hacer rondines armados con palos, machetes o lo que encontraran, ante el miedo de que sus viviendas y escasos recursos también fueran desvalijadas por otras personas necesitadas.
El gobierno procuró amparar a los trabajadores para que no perdieran sus empleos en el sector turístico. Una de las medidas adoptadas fue sancionar a aquellos patrones de la industria hotelera y restaurantera que redujeran su plantilla de trabajo. Sin embargo, el ingreso principal de los trabajadores de la industria turística son las comisiones y propinas, mismas que no se generaron durante los meses que se prolongó la reconstrucción y rehabilitación de la Zona Hotelera.
Alrededor de 120 mil personas perdieron su empleo y el regreso del turismo era una tarea urgente para todos los actores: trabajadores, empresarios y autoridades.
Para enero de 2006 el Gobierno de México realizó una inversión de 217 millones de pesos para la restauración de las playas devastadas.
Carencias
En las semanas posteriores al huracán hubo carencias, sobre todo en las comunicaciones electrónicas, mismas que fueron recuperadas en poco tiempo. A excepción de la telefonía tradicional: las ciudades afectadas quedaron parcialmente incomunicadas por algunos días.
En algunas zonas de Cancún el agua corriente tardó tres días en volver a los hogares. La luz eléctrica fue sustituida por linternas y velas durante varios días, en diferentes sectores.
A cualquier hora del día y de la noche se podían ver grupos de trabajadores del estado, Ejército Mexicano y miembros de la sociedad, limpiando las calles, restableciendo los servicios públicos (principalmente las decenas de torres de electricidad que quedaron dobladas por la mitad para restablecer la energía eléctrica en los sectores afectados.
Vientos y marea dejaron sin arenales a Cancún
Durante esas horas, que parecían interminables, el Huracán Wilma se llevó la arena de las playas, destruyó muelles y hoteles, arrancó árboles de raíz, arrasó con postes y con todo tipo de estructuras a su paso. La población quedó a oscuras, pues la infraestructura eléctrica sufrió daños en 205 torres de transmisión y más de 4 mil postes de distribución. Las pérdidas para este sector superaron los 200 millones de pesos.
Tras el incesante azote, el panorama en Quintana Roo era desolador. Las autoridades estimaron las pérdidas en aproximadamente 30 mil millones de pesos y una afectación a más de 800 mil hectáreas de selva. En específico, la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros (AMIS) aseguró que el costo de los daños superaría por mucho la referencia más cercana, que era la del Huracán Gilberto (mil 200 millones de dólares aproximadamente), especialmente porque menos del 20 por ciento de las empresas afectadas tenía algún tipo de seguro.
Después vendría la reconstrucción, un proceso que no podía ser lento: la economía se había fracturado, el comercio colapsado y estaban en riesgo tanto el estado como el país en el ámbito turístico, uno de los pilares del desarrollo nacional.
Este proceso se convirtió en un desafío significativo para México. La necesidad de restablecer la infraestructura, proporcionar viviendas temporales y abordar las secuelas económicas ocuparon los esfuerzos del gobierno y de diversas organizaciones.
El gobierno federal puso en marcha diversas estrategias y anunció estímulos económicos. La administración estatal y la iniciativa privada signaron acuerdos para garantizar el empleo y los ciudadanos, uno a uno, reconstruyeron el escenario en menos de tres meses. La misma historia, en otros lugares del continente, como Nueva Orleans, por ejemplo, ha tomado años.
Parteaguas
El Huracán Wilma marcó un antes y un después en Cancún, ya que desde entonces se ha tenido que rellenar, en varias ocasiones, la zona costera con arena, porque se perdieron siete millones de metros cúbicos y quedó descubierta la parte rocosa.
Además, el fenómeno resaltó la importancia de fortalecer la resiliencia de las comunidades ante eventos climáticos extremos, dando lugar a una revisión de las políticas de gestión de desastres.
En Cancún, la gente aprendió a la mala que los huracanes no tienen palabra y a prevenir. Actualmente se gestionan con más tiempo las advertencias y medidas preventivas ante la proximidad de un fenómeno, incluso de magnitud menor, como una tormenta tropical.
Los refugios se activan y se llenan con víveres, colchonetas y personal certificado, incluso si reciben a unas pocas decenas de personas al año.
A nivel internacional, la magnitud de Wilma y otros huracanes de la temporada 2005 generó un renovado interés en la discusión sobre el cambio climático y su posible influencia en la intensificación de los fenómenos meteorológicos extremos.
Este periodo fue emblemático en la concientización sobre la vulnerabilidad de las comunidades costeras ante el aumento de la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos.