
Escondiendo evidencias para que sus crímenes no sean revelados o simplemente como sello del cártel para el cual trabajan, hombres y mujeres han sido enterrados en sepulcros clandestinos a lo largo y ancho de Quintana Roo.
La cantidad de víctimas que podrían estar en medio de la selva, bajo alguna construcción o en cenotes es desconocida para las autoridades. Sin embargo, el número de las halladas entre 2011 y 2024 es de 65, según datos de la Fiscalía General del Estado (FGE) y los registros documentados año tras año. No obstante, de manera extraoficial, fuentes revelaron que la cifra es mayor, sin especificar la cantidad.

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"Primero saqué una cabeza. Estaba envuelta en plástico y cinta. Le dije: "Tranquilo, carnal, pronto te vas a casa". Luego llamé a la policía para que regresaran. Se veían varias partes, todas emplayadas. A lo mejor hay más cuerpos, pero ya no supe". Este testimonio es de un recolector que, en 2022, se encontró con una fosa clandestina en una zona de selva baja ubicada entre dos fraccionamientos, mientras buscaba objetos reciclables para vender por kilo.
Según las cifras del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, en la entidad, entre 2022 y 2024, se reportaron mil 718 casos. Algunos individuos fueron hallados en sepulcros clandestinos, la mayoría en Cancún. Fuentes que en su momento trabajaron directamente en la FGE aseguran que no se dio a conocer la cifra exacta para evitar escándalos, pero afirman que es mayor.

Testimonio
Alonso es un hombre que encontró la manera de subsistir juntando latas de aluminio, cartón y cualquier cosa que pueda vender en recicladoras. Para ello, realiza largas caminatas en basureros clandestinos que los habitantes de colonias y fraccionamientos han acondicionado, los mismos que la delincuencia organizada ha aprovechado como sepultura de sus víctimas. Dos de ellas fueron localizadas por este recolector. Suele buscar objetos al fondo de terrenos plagados de maleza, pues asegura que ahí ocasionalmente llega una camioneta a tirar cosas que puede vender.
En cambio, en la entrada de cualquier zona o en las orillas de la carretera, lo que principalmente se arroja son animales muertos.

"Una vez me sacaron los ministeriales. Tenía como dos horas metido en el monte cuando llegaron con machetes y comenzaron a cortar maleza. Al poco rato vi en las noticias que estaban buscando cuerpos enterrados. A la mañana siguiente, me metí del otro lado de donde entraron ellos y encontré a dos personas descuartizadas. Estaban enterradas, cubiertas con basura y restos de pescados", recordó Alonso.
El recolector mencionó que, al remover escombros, principalmente refrigeradores, debajo de uno había una bolsa con pescado podrido y basura, además de muchas moscas pegadas en una lámina. Pensó que el personal de algún restaurante había tirado los desperdicios. Al buscar latas de refresco o cerveza, levantó la lámina sin imaginar que estaba abriendo una fosa clandestina.
"Cuando moví la lámina, vi que había un hoyo como de metro y medio de ancho. Dentro había varios paquetes envueltos en plástico con sangre. Lo primero que se me vino a la mente fue lo de las noticias, los cuerpos que habían sacado, pero yo me imaginaba que estaban completos. Me quise ir corriendo. Tenía miedo de que me detuvieran o que las personas que los enterraron me estuvieran viendo", expresó.

El impacto fue tal que Alonso, quien a lo largo de los años ha encontrado carteras, identificaciones e incluso teléfonos celulares, sintió que se desmayaría. Vomitó y quiso llorar. Estaba aterrorizado y temía que la policía lo señalara como responsable de esos crímenes.
Intentó borrar sus huellas de las cosas que había tocado. Enterró su vómito por si rastreaban su ADN y eliminó sus pisadas, aunque no se notaban en la maleza. Sentía que, si podían verse las suelas de sus zapatos y la policía regresaba para encontrar los restos humanos, fácilmente darían con su paradero, ya que el día anterior lo habían visto en el lugar. Durante varios minutos, imaginó finales trágicos para él, hasta que logró reponerse de la nauseabunda sensación.
Cuando Alonso era niño, perdió a su padre en un accidente automovilístico. Su madre le contaba sobre esa amarga etapa de su vida y lloraba mucho por la angustia de no saber de su esposo durante días, hasta que lo encontraron en una morgue. Ese recuerdo le dio valor y empatía por los familiares de las víctimas que acababa de encontrar.

“Sólo abrí uno de los paquetes. Me di cuenta de que era la cabeza de un hombre. Por el tamaño de otro, pienso que era otra cabeza. Había paquetes de distintos tamaños; yo creo que era el resto de los cuerpos. Les recé tantito y les dije que ya iban a ir por ellos. Los dejé de modo que la policía pudiera encontrarlos y así los entregaran a sus familias. Luego salí corriendo y ya no he regresado a ese lugar”, indicó.
Pasaron meses para que Alonso perdiera el miedo de sentirse perseguido por las autoridades. Aunque no tenía relación con la ejecución de esas dos personas, sentía que lo estaban buscando.
El olor de los cuerpos se le impregnó tanto, que no comió durante días. A la fecha, les reza y enciende una veladora para que encuentren descanso eterno. En su momento, la Plataforma Ciudadana de Fosas dio a conocer que, entre 2011 y 2013, en Chetumal y Cancún se localizaron siete fosas con el mismo número de cadáveres; cuatro eran mujeres. Con el paso del tiempo, la cifra fue aumentando.
Estos sepulcros clandestinos han sido descubiertos en gran parte del territorio, algunos deriva dos de la detención de presuntos integrantes de grupos delictivos que confiesan el paradero de sus víctimas. Otros fueron hallados por madres buscadoras o, como Alonso, por personas que recolectan leña u objetos y han tropezado con restos humanos semienterrados, e incluso con algunos sobrevivientes que han testificado cuál iba a ser su horrendo destino.