Como cada año, las almas emergieron del inframundo para visitar a los vivos, y como siempre, éstos se engalanaron con sus mejores trajes y tocados, para recibirlos y celebrar la existencia.
Puerto Juárez se coronó varias noches con luces de colores, altares, penachos y maquillajes alusivos.
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Entre el humo del copal y la danza transcurrieron las primeras noches del Hanal Pixán, la celebración maya que alude al Día de Muertos de otras zonas de México.
Según el Popol-Vuh, libro sagrado de la cultura maya-quiché, los muertos habitan en el Xibalbá o inframundo, lugar regido por las divinidades de la enfermedad y la muerte.
Aunque luego de la colonización se sincretizó con el infierno del cristianismo, en realidad alude a la muerte y la enfermedad como partes inevitables de la existencia, más que como un castigo.
Sin embargo, los muertos no siempre están perdidos, pues una vez al año se les permite volver a la tierra, donde se les honra con sus comidas y bebidas favoritas, rezos, incienso y ofrendas. En esta fiesta también el paladar y el alma de los vivos son recompensados, pues se dedican a lo que mejor saben hacer: gozar el paso por este mundo, mientras tienen tiempo.