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Yucatán

Roldán Peniche Barrera

Yucatán Insólito

El horario de los yucatecos de ayer y hoy

Ya no somos aquella Mérida provinciana de los años cuarenta, o sea de hace ochenta años. Cuando todos nos conocíamos y nos veíamos en el cinematógrafo, en el teatro popular, en los parques citadinos o en la plaza mayor, en el béisbol o en la feria de Santiago en el verano. Cuando un número de alimentos se nos entregaban a las puertas de nuestra casa: el pan dulce, las tortillas, la carne del mondongo, la leche, el agua de lluvia, y productos indispensables para cocinar (en tiempos que no contábamos con estufas de gas) como el carbón y la leña. Llegaba un hombre sucio y desgreñado con su “pita” para llevarse nuestra basura, amontonada en el patio, asolada de gusanos, moscas verdes y aquellos zopilotes, que se fueron y nunca regresaron ante el horror de los vehículos motorizados, y después el servicio de recoja de basura “profesionalizado”.

La hora de almorzar y de cenar

Con excepción del desayuno, servido cerca de las siete, un poco antes de la hora de acudir a la escuela (tarea obligatoria de los muchachos), el yucateco tradicional llegaba a casa a almorzar a las once de la mañana o, cuando más, a las 12 del día. En terminando el almuerzo, la infaltable siesta, y a eso de las dos, regresar al trabajo. La cena era a las 6 ó a las 7, bien servida con panuchos o salbutes, chocolate con leche, varias piezas de pan, y hasta mañana. (Aseguran los viejos cronistas que en el siglo XIX el yucateco hacía cinco comidas diarias y alguno otro dice que seis. Bueno, había poco que hacer y no existían ni el radio ni la televisión y la vida se gastaba en conversaciones, saraos o buenas comilonas. Pero todo a su hora). Además de las 3 comidas regulares, se usaba la merienda (entre el almuerzo y la cena) y un segundo desayuno (esto en los viejos tiempos). (Proseguiremos mañana).

La hora del poeta

“La muerte en prosa y en verso”

En una noche tenebrosa y triste cuando las horas en silencio me pasaba, se prendió la luz de mi cerebro mientras leía en una obra de Aristóteles el siguiente pensamiento: “LA MUERTE CAMINA JUNTO AL HOMBRE DESDE QUE NACE PERO NO SE QUITA LA MASCARA. CUANDO LO HACE SE PUEDE SENTIR SU ROSTRO ATROZ”.

Aquella noche tenebrosa y triste concluyó felizmente cuando escuché al promediar las cinco de la mañana el canto del gallo madrugador que al unísono con el trino de los pájaros, pusieron a volar las alas de mi fe para escribir el Soneto que aquí os entrego.

Abog. Armando Patrón Río.

¿Cuál muerte?

Dónde está muerte tu victoria

Si después de muerto volveré a nacer,

Y en los brazos de mi Padre volveré a crecer

Disfrutando las mieles de su gloria.

En el idioma excelso de Jesús

No existe la palabra muerte,

Y tal cosa no debe sorprenderte

Porque todos somos hijos de la luz.

Siendo hijos de triunfal resurrección

Y herederos de un pedazo celestial,

Al esqueleto que tanto nos asusta

Y con sus amenazas tanto nos disgusta,

Le pregunto: ¿si tu existencia es presunción,

Dónde está, muerte, tu victoria?

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