Por Víctor Salas
Hoy, 22 de agosto se cumplen diecinueve años de la desaparición física de la bailarina Cynthia Ricalde.
Desde entonces el ballet ha sufrido su lamentable ausencia, pero contrastantemente en la memoria colectiva se mantiene su imagen de intérprete inigualable de las piezas balletísticas que bailó: Lago, Giselle, Legend of Love, Golden Age, Cascanueces, El Hombre de Maíz, Bailarina o Un Amor al Son del Danzón.
En todo el tiempo transcurrido he acumulado anécdotas y testimonios, reservándolos para la próxima edición del libro que estoy escribiendo sobre su biografía.
Aun hoy, en los lugares menos esperados alguien sale y me pregunta de ella y me cuenta algún suceso de su vida. Así fue en Tizimín. Durante la celebración del Día Internacional de la Danza, una maestra, después de saludarme, me cuenta que ella era hija del huesero progreseño que sanaba los malestares óseos de Cynthia, y recuerda que de niña “muy emocionada la veía llegar al consultorio de mi padre”. Entablaron una relación a través de la enseñanza de la técnica de ballet.
“Ufff, yo estaba fascinada. Cynthia me puso el apodo de La Pantera, que hasta hoy así me dice la gente. Me dediqué al ballet por Cynthia”.
Hace menos tiempo, en el edificio de la escuela de teatro de la ESAY, me presentaron a una maestra extranjera que conocía el caso del desdichado final de la artista. Se interesó en saber algo más del suceso y al referirle de la entrañable relación de madre e hija hasta la muerte, me dijo “estaban predestinadas por el sincrodestino”.
Parece poco lo anterior, pero en la inmensidad de las tareas de la vida contemporánea resultan de enorme trascendencia.
Cynthia marcó la vida de un enorme caudal de niñas bailarinas, hoy mujeres de éxito en distintas profesiones. Anoche apenas, dos de ellas me contaban sus vivencias al contemplar los ensayos de la artista y cómo sus movimientos quedaron en sus memorias para toda la vida.
Carla Ramírez e Isis Poot narran sus recuerdos y sus ojos se humedecen al contar aquellos significados y piden disculpas para reponerse de la emoción y continuar con las anécdotas.
La lista de personas a las que Cynthia marcó sería enorme. Casi todas ellas rondaban entre los nueve y los doce años cuando aquel funesto acontecimiento.
¿Cómo una niña pide permanecer afuera del lugar del velatorio porque se encuentra en un llanto incontrolable, cómo?
En la calle de la bailarina por el rumbo de Santiago, al pasar por allá, la gente dice: “es la casa de ella”.
Yo me hice el propósito de conservar su memoria hasta el último día de mi vida. Y cada lustro procuro hacer algo con ese objetivo. Para el año próximo ya estamos programando tres días de eventos que consistirán en una misa solemne en su honor, una kermesse en el parque de Santiago y la reposición del ballet Giselle, que era la obra que más le gustaba.
Hoy, 22 de agosto, en el Peón Contreras, un grupo de jóvenes estudiantes de ballet han dispuesto su tiempo vacacional para bailar en memoria de la bailarina. A la cabeza de esa función van los experimentados Ailette Perches y Emmanuel Gutiérrez, quienes no tuvieron ocasión de verla personalmente, pero gustosos accedieron al recordatorio.
Además de bailarina ella fue arquitecta, pianista y trabajadora de Bellas Artes.