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Yucatán

Roger Aguilar Cachón

En nuestro actual mundo globalizado y ante los embates de las nuevas tecnologías, el tratar de llamar la atención ya no requiere de muchas cosas o artificios, basta una llamada al celular, un aroma especial o bien una prenda muy vistosa ante los ojos extraños. En ocasiones basta una sola palabra para hacer vibrar esas cuerdas íntimas de nuestro corazón. Así de fácil, pero antaño la situación era distinta, muy distinta.

Nuestras abuelas o más allá de ellas, tuvieron que pasar por una serie de maniobras en ocasiones muy espectaculares para llamar la atención de aquella persona que deseaba que por él fuese vista. Era también importante el lugar donde se realizara el encuentro para poder determinar el tipo de lenguaje que se debería de usar, era un lenguaje en código pero solamente algunas personas -en este caso los interesados- sabían sus significados.

En mi andar en la búsqueda del pasado cultural de las mujeres del siglo XIX, pude encontrar en dos periódicos locales y de gran circulación y aceptación, como lo fueron La Revista de Mérida y El Eco del Comercio, información sobre tres tipos de lenguajes que las mujeres usaron para “hablar” con sus enamorados, dos para sitios abiertos y uno en relación epistolar. En el primer caso me refiero al lenguaje de los guantes y al de las cintas y en el segundo caso al que se refiere a los sellos postales. Daremos cuenta enseguida mis caras y caros lectores de cada uno de estos lenguajes, haciendo necesario el ejercicio mental en donde la imaginación esté tan abierta como se pueda.

El lenguaje de los guantes

El lenguaje para entenderse dos corazones que no se aborrecen o que se aman, para decirlo de una vez, se multiplica maravillosamente.

Pronto el amor tendrá tantos lenguajes como idiomas y dialectos tiene la humanidad, el lenguaje de los guantes, que según peritos y peritas en la materia consta de las siguientes reglas:

Dejar caer el guante, significa: sí. Arrugarlo con la mano derecha: no. La mano izquierda con medio guante puesto: indiferencia. Golpearse con el guante el hombro izquierdo: sígueme. Golpearse la barba con los guantes: te odio. Doblarlos con esmero: deseo estar contigo. Ponerse el guante izquierdo dejando el pulgar al aire: ¿me amas? Dejar caer ambos guantes: te amo. Dar vueltas a los guantes alrededor de los dedos: nos espían. Golpearse las manos con ellos: estoy molesta. Tomar los guantes en cada mano y abrir los brazos: estoy furiosa. Arrugar ambos guantes con ambas manos: vete pronto, viene papá o mamá. Arrojar los guantes por lo alto y recibirlos con ambas manos: acércate, estoy sola. Morder los guantes: ¿cuándo me escribes? Mostrar ambas manos con los guantes puestos: salgo a pasear o hacer alguna Visita.

(La Revista de Mérida: jueves 20 de enero de 1887: 2) Otra manera que los enamorados decimonónicos tenían para comunicarse entre sí, sin importar el número de personas que estuviesen a su lado o derredor era por medio de cintas de colores. De mayor colorido y vistosidad, este lenguaje debió de parecer una primavera en pleno salón de baile o de reunión. La manera de comunicarse fue de la siguiente manera:

Lenguaje de las cinta

Cinta verde, no desesperes. Cinta blanca, paciencia. Cinta amarilla: iremos. Cinta azul y amarilla: no salgas de casa. Cinta negra: voy al templo. Cinta rosada: te correspondo. Cinta punzo: me dicen que me engañas. Cinta violeta: procura visitarme. Cinta encarnada: es imposible. Cinta lila: tengo novio. Cinta celeste: soy tuya. Cinta plomo: nos han descubierto. Cinta crema: voy al baile. Cinta café: tu compañero es desleal. Cinta azul marino: busco novio. Cinta granate: estuve enferma.

(El Eco del Comercio: Lunes 18 de Octubre de 1896: 3). Habría sido muy interesante el poder ver a las bellas decimonónicas con un morralito lleno de cintas y buscar cuál era la más adecuada para el momento, aunque posiblemente ya de antemano tendrían sus cintas en el orden que ellas las necesitarían. Tanto el lenguaje de los guantes como el de las cintas revolucionaron la manera de comunicación, tanto fue que no se necesitó decir palabra alguna para lograr el entendimiento entre las parejas. Interesante, ¿verdad caras lectoras?

El siglo XIX se caracterizó por abrir nuevas formas para la comunicación entre los estados de nuestro país y con el mundo entero, de esta manera no sólo llegaban a su destino por medio de carreteras, aire o barco, sino que en ocasiones la visita del cartero fue muy esperada por los novios de aquellos años. La llegada de la carta era motivo de esperanza, de desespero o bien de tristeza. Antes de abrir la carta, el novio ya sabría cuál era el mensaje, ya que la estampilla se lo indicaría, este también fue un lenguaje de código que sólo un grupo específico de personas lo podría descifrar.

El lenguaje de los timbres postales

En la esquina derecha, arriba y el timbre derecho: deseo tu amistad. Esquina derecha, arriba y el timbre al revés: ya no escribas más. Esquina derecha, arriba, timbre acostado: escríbeme inmediatamente. Esquina izquierda, arriba, timbre derecho: te amo. Esquina izquierda, arriba, timbre al revés: quiero a otro. Esquina izquierda, arriba timbre acostado: todo marcha bien. Esquina derecha, abajo, timbre derecho: te amo, me haces feliz. Esquina derecha, abajo, timbre al revés: no vales nada. Esquina derecha, abajo, timbre acostado: me hiciste enojar. Esquina izquierda abajo, timbre al revés: he probado tu amor. Esquina izquierda abajo, timbre acostado: déjame sola en mi amor. (La Revista de Mérida: jueves 20 de octubre de 1898: 3).

Y ustedes mis caros y caras lectoras, si no hubiese la posibilidad del correo electrónico, del chat, del facebook, o del wathsapp ¿cuál sería el lenguaje que utilizarías? O de plano ¿sólo te acercarías a la persona y le declararías tu amor, pesar o tristeza? En ustedes está la respuesta.

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